El montaje

   Rojas Zorrilla es uno de esos autores que siempre he leído con verdadera pasión. Creo que sus obras son un paso más respecto a la dramaturgia que en el Siglo de Oro deja consolidada Lope, y van algo más allá de lo que desarrolla Calderón hasta los años 40. Me atrevería a decir que sus obras son la última expresión de la Comedia nueva antes de que se eche a perder del todo víctima de las influencias francesas que anegarán nuestro teatro durante los siguientes dos siglos.

 

Aunque habitualmente sus comedias se escenifiquen con maneras un tanto excesivas, cercanas a la farsa, no faltan en sus obras —pegados a los personajes estrambóticos y desmedidos— momentos delicados donde asoma la lírica. Es decir, que sus personajes son de carne y hueso, y aman y sufren penalidades de todo tipo tratando de nadar contra la corriente enloquecida que impone la sociedad en la que transcurre la comedia. Este es el complicado equilibrio que plantea esta pieza para un director: combinar el mecanismo, lleno de ritmo y contraste, del enredo y dejar también respirar a los personajes para que sus motivos sean sinceros.

 

Durante la gira de Entre bobos anda el juego llevé conmigo el tomo de de la Biblioteca de Autores Españoles con las obras escogidas de Francisco de Rojas Zorrilla que recopiló y prologó don Ramón de Mesonero Romanos, porque tenía la sensación, como luego constaté, de que mi lectura de algunas obras —años, muchos años ha— había sido demasiado rápida. Ciertamente volví a encontrar de mucho más interés las comedias, que ya me habían interesado entonces, y me sorprendí con algunos de sus dramas, que yo había prejuzgado llevado seguramente de algún estudio especializado y demasiado influido, como estaba, por el teatro de Lope y sus maneras, tan efectivas. Podríamos decir que miré y no vi.

 

De todas aquellas obras Abre el ojo me volvió a producir grandes carcajadas en una lectura más calmada y decidí llevarla a escena en cuanto tuviera oportunidad. Fue durante otra gira, la de Peribáñez y el comendador de Ocaña, cuando decidí montarla convencido de que tras un drama canónico y conocido la mejor apuesta era una comedia de título descarado y desparpajo notorio. Y así comencé a trabajar en ella.

 

En esta comedia el tono vodevilesco, la magnitud de los enredos y la comicidad del criado nos van paseando por un Madrid en el que se compran y se venden objetos robados a los padres, se engaña sin pudor a los amantes y se exprimen los bolsillos de los pretendientes incautos. Un mundo aparentemente costumbrista que se encamina hacia lo grotesco para reflejar cómo el afán por sobrevivir, en un mundo tan áspero, convierte las acciones de los personajes en comedia mostrándonos, a la vez, la miseria inclemente de sus vidas.

 

El mundo del entremés, tan grato para Rojas Zorrilla, vuelve a aparecer en esta comedia sin ninguna verguenza y convierte la sonrisa complaciente en carcajada hilarante con una efectividad más propia del citado género breve que de la comedia al uso. Esa es la marca final del autor: la transfusión de géneros, la ruptura de convenciones y la llamada al espectador para que guarde sus espaldas, porque en cuestiones de amor y dinero hay que estar siempre atento…

 

Montar una obra como esta es un regalo ya que pocas veces un texto áureo te ofrece tantas posibilidades de disfrutar de los mecanismos de la comedia, de la música abundante en clave descarada, del ritmo vertiginoso del argumento y del tono canallesco de unos personajes que, en teoría, no deberían comportarse así pero que interactúan a través del argumento sin cortapisas ni prejuicios morales de ningún tipo.

 

Así, con un espacio teatral que nos lleva por las calles de Madrid, un vestuario de época que aporta al juego escénico el regusto de época, los lances de espadas callejeros y el manejo de los trajes que ejecutan los actores guiados por una iluminación que toma la batuta narrativa Abre el ojo se presenta a los espectadores llena de vitalidad, juego y humor.

 

Nuestras maneras teatrales como compañía son conocidas: el actor y la palabra en primer plano, la música en directo, el trabajo de elenco y una manera de entender el teatro sin artificios ni inventos epatantes.
Entendemos que ofrecer los clásicos al espectador es una responsabilidad, pero también una cuestión de disfrute artístico. La consideración de los dramaturgos del Siglo de Oro, en este caso Rojas Zorrilla, como autores para eruditos nos parece un despropósito cultural. No hay que olvidar que nuestros autores áureos escriben teatro para contar historias a la gente sencilla, entretenerla, enriquecer su espíritu y, en ocasiones, producir una reflexión. Creemos que el teatro debe ser, sin perder sus calidades ni sus virtudes, accesible a todos; y para ello trabajamos.   

     

                                                                                                               Eduardo Vasco

 

 

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Web actualizada 21/4/2024

 

 

 

 

 

 

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