¿Por qué hemos llevado a escena a Goldoni en tan pocas ocasiones últimamente?
En mis años iniciales de formación los que nos dedicábamos a seguir con devoción las programaciones internacionales de los teatros públicos y, sobre todo, la de aquel Festival de Otoño, que era una maravillosa ventana abierta al mundo teatral internacional, tuvimos la suerte de disfrutar de puestas en escena magistrales de algunas comedias del autor italiano de la mano de directores tan determinantes como Giorgio Strehler o Luca Ronconi. Y si alguno, tras leer las escasas ediciones de sus comedias, había dudado del lugar que debía ocupar Goldoni en la historia del teatro mundial, ante aquel despliegue de buen gusto, poética y eficacia escénica quedó rendido para siempre ante la obra del maestro veneciano. Ese fue mi caso.
Considerando que Carlo Goldoni escribió y publicó más de doscientos títulos, la raquítica oferta de ediciones en castellano a la que uno podía acceder se limitaba, entonces, a unas pocas obras, así que para leer algunos de los títulos deseados se podía tratar de combinar, si había suerte, conocimiento y pericia el italiano y complementarlo, ante dudas evidentes, con el inglés o el francés; vamos, que para acceder al aquel material había que emplearse a fondo. Años después, a mediados de los noventa, la Asociación de directores de escena de España editó un impresionante material con motivo del bicentenario de su muerte que incluía estudios especializados, sus memorias y un buen número de comedias entre las que estaba la Trilogia della villeggiatura (La trilogía del veraneo) y la obra que abre el ciclo: la comedia en tres actos y prosa, representada por primera vez en el teatro San Luca de Venecia en el otoño de 1761 Le smanie per la villeggiatura y que nosotros hemos traducido como Locuras por el veraneo.
Hay muchas cosas que siempre me han fascinado de Goldoni, pero sobre todo su capacidad de escuchar a sus vecinos, de extraer de sus conversaciones cotidianas la vida, la música que fluye entre las personas y reflejarla en unos diálogos que reúnen lo más trivial y lo más profundo sin relieves aparentes, sin estridencias; dejando entender y, casi, respirar los sentimientos que ocurren en escena a los espectadores. La comedia como imitación de la naturaleza, de la vida; ese concepto tan aristotélico que los ilustrados aplicaban sin olvidarse del “Docere et delectare” esencial para lograr su propósito de hacer progresar al individuo y a la sociedad. Y así se pueden apreciar las deliciosas comedias de Carlo Goldoni, provistas de una depurada técnica dramatúrgica, unos diálogos vivos —aparentemente cotidianos, pero exquisitamente compuestos— y un propósito concreto: retratar a la sociedad que le rodea en el teatro para que reflexione sobre algunos asuntos y los observe ya que, sin duda, un pequeño cambio en algunas costumbres podría hacer del mundo un lugar mejor.
¿Y qué sentido tienen estas locuras por el veraneo hoy? Bueno, muchos sentidos, la verdad. Esta comedia nos habla de gentes que viven por encima de sus posibilidades sin preocuparse más que de atender a unos caprichos —que podríamos calificar como consumistas—, que aparentan lo que no son y presumen de lo que realmente no tienen. Nos cuenta, desde la distancia temporal, algo que todavía nos ocurre y que nos impide ser, por ejemplo, solidarios o consecuentes con nuestros semejantes y nuestro medio ambiente. Y lo hace mediante unos personajes —unos caracteres sería más correcto decir— que podríamos encontrar hoy por nuestras calles y nuestras casas, pero que habitan un engranaje de comedia perfecto; divertidísimo y humano.
Así que viajen con nosotros a Venecia a deleitarse con las extravagancias de estos apasionados personajes y de la mano del dramaturgo más sensato y sensible (y por qué no, precursor de tantas sensibilidades sociales) de la ilustración europea… Por si logra ilustrar o iluminar de luces más humabas, también, nuestro tiempo.
Nuestras maneras teatrales como compañía son conocidas: el actor y la palabra en primer plano, la música en directo, el trabajo de elenco y una manera de entender el teatro sin artificios ni inventos epatantes. Entendemos que ofrecer los clásicos al espectador es una responsabilidad, pero también una cuestión de disfrute artístico. La consideración de los dramaturgos clásicos, en este caso Carlo Goldoni, como autores para eruditos nos parece un despropósito cultural. No hay que olvidar que escriben teatro para contar historias a la gente sencilla, entretenerla, enriquecer su espíritu y, en ocasiones, producir una reflexión. Creemos que el teatro debe ser, sin perder sus calidades ni sus virtudes, accesible a todos; y para ello trabajamos.
Eduardo Vasco