LECCIÓN SOBRE USURA Y JUSTICIA CRUEL
Noviembre Teatro llevó al Campoamor, que registró un aforo casi lleno y aplaudió sonoramente, 'El mercader de Venecia' de Shakespeare.
En el ciclo que se desarrolla en el Teatro Campoamor conmemorando el cuarto aniversario del fallecimiento de dos de las mayores glorias de la literatura universal, Shakespeare y Cervantes, ayer le correspondió al genio de Stratford-upon-Avon el homenaje a su memoria, mediante la representación de una de sus obras más populares, 'El mercader de Venecia', en versión de Yolanda Pallín, dirigida por Eduardo Vasco y a cargo de la compañía Noviembre Teatro, especialista en la dramaturgia shakesperiana.
Esta es la cuarta obra de Shakespeare que Noviembre Teatro ha puesto en pie, tras 'Hamlet' (2004), 'Noche de Reyes' (2012) y 'Otelo' (2013), lo que quiere decir que se pueden permitir la licencia -desplegada en el escenario- de tratar al autor con tanto respeto como familiaridad.
La historia del judío usurero, Shylock, que encarnó de manera ajustadísima Arturo Querejeta, con las dosis imprescindibles de humanidad que no esconden su miseria, es un relato que fácilmente podríamos trasladar a las avaricias del mundo actual. Y alguna hebra se zurce en la adaptación, pero sin caer en anacronismos inoportunos.
Alrededor, la historia de amor de Porcia y Bassanio (Isabel Rodes y Toni Agustí), los afanes de la amistad, la traición filial a Shylock de Yésica (Cristina Adua).
Es decir: la complejidad de las emociones y las lúcidas reflexiones que caracterizan a El Bardo, bien que en la ocasión no prescindiera de su cruda vertiente antisemita, que aquí acaso se diluye levemente por el perfil con el que se traza al prestamista, que puede provocar por igual aversión y compasión. Al extremo de que la justicia que se le aplica termina por antojarse cruel e injusta.
La música en directo del piano de Jorge Bedoya puso orillas discretas a una función en la que también cabe destacar la escenografía limpia de Carolina González, la iluminación de Miguel Ángel Camacho y el vestuario del prestigioso Lorenzo Caprile.
Una lección acerca de la usura que atraviesa el ayer y el tiempo presente, rodeada de divertida amenidad en los trasuntos complementarios y desarrollada de manera muy ágil.
Los espectadores, que no llenaron el teatro pero casi, se hicieron oír con una ovación sonora y muy larga. Y a fe que se lo merecieron porque en los intérpretes se notó la escuela de los clásicos.
Alberto Piquero
El Comercio (Oviedo)
16/04/2016
CLAROSCUROS EN EL CAMPOAMOR
"El mercader de Venecia" se mete al público en el bolsillo con su maestría para aunar llanto y risas en la misma escena.
Como si de un cuadro de Joseph Wright se tratase, el escenario del teatro Campoamor se convirtió ayer por la noche en un juego de luces y sombras, colores cálidos y fríos, personajes luminosos y oscuros, en definitiva, en un pulso entre el derroche de amor y de venganza. "El mercader de Venecia", el texto de William Shakespeare que puso en escena la compañía Noviembreteatro, se alzó con el éxito en la inauguración de la temporada de teatro de la ciudad gracias a esa técnica del claroscuro llevada a su mejor versión. Hasta tres veces tuvieron que salir a saludar sus diez actores para corresponder a los sentidos aplausos del público, que salió encantado gracias a ese baile de emociones por el que se dejaron llevar durante casi dos horas.
La comedia, aderezada con máscaras venecianas y trajes coloridos, realizados por la prodigiosa aguja de Lorenzo Caprile, arrancó las primeras carcajadas en el público gracias a las locuras de un casi burlesco Bassanio, interpretado por Toni Agustín; y sus contrapuntos, con el enamorado y pizpireta Graciano, interpretado por Fernando Sendino; y un melancólico y bondadoso, aunque algo frío en escena, Antonio, realizado por Francisco Rojas. Los pasos casi de danza y el ambiente festivo de los negocios fructíferos y el triunfo del amor, dieron paso al lado oscuro, personificado en el rudo, insensible, codicioso y vengativo judío Shylock, interpretado brillantemente por el veterano actor Arturo Querejeta. Pero, a pesar de la carga dramática de las escenas protagonizadas por Shylock, Eduardo Vasco, el director, consigue en esta producción convertir esos episodios en lección más que en golpe, en el poder del bien sobre el mal. Hasta en las escenas más intensas, como la famosa firma del contrato en el que Shylock le pide una libra de su carne a Antonio si lo incumple, Vasco sabe cambiar inmediatamente el registro para que el espectador se quede con buen sabor de boca.
Escenas que se desarrollan a la vez, diálogos paralelos, mujeres que derrochan delicadeza en la piel de una mujer y personalidad y carisma en la de un hombre, como Porcia, interpretada por Isabel Rodes. Y un trabajo de iluminación y color que se convirtió en la guía de la mirada y la sensibilidad del espectador. Un texto de primer nivel revestido con la mejor comedia del arte.
N. Hermida
La nueva España (Oviedo)
16/04/2016
NECESITAMOS A SHYLOCK
¿Necesitamos el teatro? Es la cuestión que plantea el director ruso Anatoly Alejandrovich Vasiliev ante su día mundial. ¿Realmente necesitamos alto tan insignificante en comparación con las tragedias auténticas de la vida real que se están jugando en las plazas de las ciudades, en los países en guerra y en nuestras infames fronteras? El propio Vassiliev responde muy oportunamente que lo que sin duda no necesitamos es ese falso teatro de políticas ratoneras y desde luego tampoco el teatro de terror cotidiano, individual o colectivo, ni el teatro de cadáveres y sangre en las calles y campos de batalla. Pero, ¿y el teatro verdadero, de qué nos sirve? El teatro -contesta- nos lo puede decir todo: cómo los dioses habitan en el cielo o cómo los presos languidecen en cuevas olvidadas bajo tierra, cómo la pasión nos puede elevar o el amor arruinarnos, cómo reina el engaño, cómo consentimos que los niños se marchiten en campos de refugiados o se ahoguen en las playas, o la forma en que terminamos por devolverlos al desierto, y cómo día tras días nos vemos obligados a desprendernos de nuestras personas queridas... El teatro puede decirlo todo. Y debe hacerlo.
El teatro puede decirnos incluso -o sobre todo- aquello que no queremos escuchar y mostrarnos lo que nos negamos a ver. En "El mercader de Venecia" Shakespeare nos revela enseguida que la avaricia es el pecado del usurero Shylock, y la venganza la pasión que le mueve, pero en la versión de Yolanda Pallín y Eduardo Vasco reparamos además en que sin sus préstamos la economía de la serenísima república se hundiría en sus canales, que el sistemas financiero le necesita y que sus abusos son también responsabilidad de todos. Y en la humanidad de que dota al personaje la soberbia interpretación de Arturo Querejeta, cada vez más grande, advertimos que también el judío es una victima de ese crimen colectivo llamado hipocresía.
Noviembre se supera con este otro magnífico montaje shakespiriano haciendo del clásico una fiesta escénica entre cómica y trágica de amores y miserias. Subraya innecesariamente una intención crítica que late por sí sola y el tono general de los actores comienza algo excesivo, pero el disfrute es tal que más que procurar placer parece cubrir una necesidad vital.
Si la poesía es el arte de convertir la melancolía en esperanza, el teatro es capaz de abrir paso a un rayo de verdad a tanta mentira. Y ambos los necesitamos en estas tinieblas asfixiantes como el aire que exigimos trece veces por minuto.
Jonás Sainz
La Rioja
23/04/2016
"EL SUMO DERECHO ES SUMA INJUSTICIA"
EL MERCADER DE VENECIA TRIUNFA EN MATADERO MADRID
Todavía a muchos nos maravilla lo vigente que continúa estando la obra de William Shakespeare, y aún a otros tantos nos siguen atrayendo las nuevas versiones tan brillantes que pueden llegar a realizarse; tal es el caso de la emblemática Themerchant of Venice (publicada en 1600) versionada por Yolanda Pallín, dirigida por Eduardo Vasco y, de momento, en escena hasta el 13 de diciembre en la Sala Naves del Español-Fernando Arrabal de Matadero Madrid.
Y si nos sorprende que uno de los llamados clásicos esté tan presente en nuestra actualidad cultural, con más de 400 años, más nos debería impactar que, en realidad, una de las ideas esenciales de la obra –sino la más– proceda de un famoso proverbio de la Antigüedad grecolatina, como así nos lo recuerda uno de los más conocidos traductores del inglés en el contexto español, Luis Astrana Marín, quien lo toma de Sobre los Deberes (De officiis, I, 33) de Cicerón: summum ius summa iniuria (“el sumo derecho es suma injusticia” o “a mayor justicia, mayor daño”), esto es, hace referencia al gran peligro que supone aplicar las leyes estricta y rigurosamente, sin interpretación alguna ni adaptación a cada caso concreto. Así es, este aforismo tan conocido fue enaltecido artísticamente para preparar la trama principal de esta comedia pero, asimismo, se acompañó de varias historias de amoríos paralelas que incluyen el cortejo, la huida, la pasión, la diversión y, sobre todo, las pruebas de amor.
Más bien supuesta comedia porque en realidad presenciamos un tremendo drama no desprovisto nunca de polémicas políticas y sociales, puesto que uno de los protagonistas es uno de los muchos judíos que empezaron en la Venecia renacentista a facilitar préstamos monetarios con intereses a cambio, lo que se consideraba usura y estaba castigado por lo que muchos entienden como falaz caridad cristiana, puesto que se prefería dejar este tipo de trabajo a otros mientras que la mayoría de los tan fervorosamente católicos nobles se beneficiaban de ello; fue por este sentido comercial por lo que la rica República veneciana no aceptó Tribunales de la Inquisición y estuvo tan presionada por la Iglesia.
Un tema, como sabemos, muy controvertido que en esta ocasión no trataré, pues me gustaría destacar que El Mercader de Venecia de la Compañía Noviembre Teatro es magnífica por varios aspectos, siendo evidente que los implicados son profesionales de larga o intensa y prometedora trayectoria, y esto lo notamos desde la primera escena del primer acto cuando el mercader Antonio se lamenta afirmando: “En verdad, ignoro por qué estoy tan triste”.
En muchas ocasiones echo de menos reinterpretaciones de la comedia latina, de ese humor “grosero” de modernos recursos cómicos como la parodia sin escrúpulos, la aguda sátira –perfectas lanzaderas desde las que hacer crítica social–, la ruptura de la cuarta pared desde el prólogo y, especialmente por medio de personajes-tipo y enredos imposibles: el teatro de Plauto, por ejemplo.
Y aunque la comedia representada por Noviembre Teatro no sea de este tipo, ni tampoco lo pretenda –como no lo pretendía en esta obra Shakespeare, no obstante sí admiraba y se inspiraba en el trabajo del romano, al igual que ambos compartían estrategias creativas como servirse de modelos y argumentos ajenos para innovar en la escena teatral–, de alguna forma sí tiene ciertos elementos que me han hecho recordarlo. y así han logrado hacerme reír casi todas las interpretaciones cómicas, como las de los ridículos y hasta “joteros” pretendientes de la noble Porcia; la genial escena del grupo de amigos de Bassanio (Toni Agustí) en la góndola a la búsqueda de Jessica (Cristina Adua), la (traicionera) hija del judío Shylock; las simpáticas interrupciones al pianista –siendo la música en directo otro de los aciertos de la obra, pese a que se repitan, quizá demasiado, los mismos Brahms y Schubert, se agradece mucho el piano de Jorge Bedoya–; o la divertida y seductora astucia de la bella Porcia (Isabel Rodes) y su fiel doncella Nerissa (Lorena López).
Precisamente quiero ahora pasar a hablar de los actores y actrices, despuntando la sobresaliente interpretación de Shylock que hace Arturo Querejeta, el más triste y sombrío de todos los personajes, el único que ve su situación social y jurídica completamente mermada; el que es capaz de reclamar una libra de carne a su deudor, el honradísimo y generoso Antonio (Francisco Rojas); es también el más complejo papel que encuentra en este actor una de sus mejores versiones, sin duda. No muy atrás se quedan el resto del elenco de intérpretes, mas me sorprendieron especialmente Graciano (Fernando Sendino), Lanzarote/Launcelot/Gobbo (Rafael Ortiz) y Lorenzo (Héctor Carballo), este último de un carisma sorprendente y con una voz distintiva.
Igualmente, vestuario, iluminación y decoración reafirman la alta profesionalidad de este trabajo; y por último y no menos importante, quiero subrayar las labores de adaptación y dirección. Trabajos a través de los cuales sus creadores se han enfrentado al enorme reto que plantea versionar una obra con tantas exigentes expectativas y se han atrevido a jugar con el texto respetándolo y mimándolo; partiendo del estudio y el conocimiento han acabado por estrujarlo hasta sacarle el máximo jugo, permitiéndose interesantes licencias en lúdicos e ingeniosos diálogos que revelan la contemporaneidad incuestionable del teatro clásico; otorgándole en general un atractivo sentido cinematográfico, y concretamente por una hábil superposición o intercalado de escenas y conversaciones; en definitiva, considero que han logrado ciertamente reformularlo para el gran disfrute del público.
Sara Zambrana
culturamamas.es
2/12/ 2015
EL MERCADER DE VENECIA
Shakespeare es Shakespeare siempre Shakespeare. Aún hoy seguimos bebiendo de sus fuentes, de sus ideas, de su perfecta dramaturgia sincronizada de personajes, situaciones e ideas. El gran Shakespeare, como el gran Calderón, como el inmenso Lope. Nuestro bagaje teatral les debe todo. Como la novela se lo debe a Cervantes.
La palabra. El verbo hecho escena. La grandiosidad y la podredumbre del ser humano. A través de los textos de este incomparable William Shakespeare.
Nunca nos cansaremos de verlo representado. Si se hace bien. Si nos los ofrecen con la categoría profesional de una Yolanda Pallín, que firma la versión. Con el acierto y la frescura del director Eduardo Vasco. Con la credibilidad y compostura de todos los actores, desde Arturo Querejeta, pasando por Toni Agustí, Isabel Rodes, Francisco Rojas, Fernando Sendino, Héctor Carballo, Rafael Ortiz, Cristina Adua y Lorena López.
Uno sale reconfortado después de ver este Mercader de Venecia, sin grandilocuencias pero preciso, sin alardes técnicos pero bien medido, sin tragedia exagerada pero emotivo y comprensible.
Estamos medio acostumbrados a asistir a los dramas de Shakespeare con ampulosidad, carga trágica y existencialista, dolor interno, trascendencia sublime. Este Mercader se nos muestra ágil, divertido en muchos momentos, rozando el histrionismo y la pantomima de la Comedia del Arte, resolviendo los problemas de espacio y tiempo con la naturalidad de una comedia, y aportando una visión burlesca del “quid pro quo”, algo por algo, una libra de carne por una deuda.
Eso sin prescindir de la angustia, el rencor, la desdicha, la soledad, la desventura de Shylock, el judío prestamista, que interpreta magistralmente Arturo Querejeta. Consigue que comprendamos su situación, que sin tomar partido por su persona, hasta nos apiademos de él, al fin y al cabo, solo reclama un cumplimiento de contrato, solo quiere vengarse, solo pretende ser fiel a sus principios. Y sus silencios nos lo dicen todo.
Mientras tanto, Shakespeare sigue jugando con las dobles y hasta triples parejas, nos da una visión sobre la justicia, la amistad, los buenos sentimientos, las apariencias, la fragilidad de lo material, las consecuencias de elegir bien o mal.
Un apunte para la espartana pero elegante y concisa escenografía de Carolina González, que con un extenso banco resuelve los espacios sin que necesitemos de mayores parafernalias.
El mercader de Venecia nos presta su buen crédito de gran montaje teatral. Hemos de devolvérselo con nuestro buen criterio.
Albero morate
blogdeentradas.com
27/10/2015
CUESTIONES DE SANGRE
Pese a sus momentos de gravedad, no ees tragedia pero tampoco del todo comedia “El mercader de Venecia”, una obra que Shakespeare escribió entre 1594 y 1597 a partir de una historia recogida por el escritor italiano del siglo XIV Giovanni Fiorentino en “Il Pecorone”. En ese ser y no ser equilibrado magistralmente nos encontramos una diatriba antisemita que, a la vez, humaniza al ajudío y lo despide con un redoble de patetismo, cincelando en Shylock uno de los grandes caracteres del teatro universal; hay también una historia de amor y otra de amistad puesta a prueba que parece prevalecer sobre la anterior.
El texto plantea además una perspectiva de cuestiones de sangre: el pulso entre la pretendida limpieza de los cristianos y la considerada sucia de los judíos, la sangre que traiciona a la propia sangre cuando Yésica abandobna y roba a su padre, Shylock, para fugarse con el católico Lorenzo, y la sangre de Antonio, que el prestamista no deberá derramar al cobrarse la libra de carne que compensa la deuda no satisfecha.
La versión de Yolanda Pallín, fluída y dinámica, potencia el tono de comedia y sirve a Vasco para poner en pie un espectáculo divertido, certero y profundo, que utiliza de manera formidable escasos elementos escenográficos, apenas una larga y estrecha tarima que igual es muelle que estrado judicial; magníficos la iluminación de Camacho y el vestuario de Caprile. La interpretación es en conjunto excelente, con sobresaliente para el hondísimo Shylock de Arturo Querejeta, que concentra la dignidad vulnerada del personaje y la hoguera del odio que crepita en su pecho.
Ignacio García Garzón
ABC
20/11/2015
LA CHISTERA Y EL CACHIRULO
Eduardo Vasco ha hecho un montaje graciosísimo de El mercader de Venecia en el que todos los personajes, menos Shylock, recurren a la mueca y al garabato. Shylock no puede estar gracioso, pues Shakespeare vomita en él su radicalidad antisemita; ésta no queda paliada por la letanía en defensa de la humanidad de los judíos ("si nos pincháis, ¿no sangramos?", etc). Shylock no admite bromas y así lo comprenden Vasco y Arturo Querejeta que hace del prestamista un Shylock sombrío, vengativo hasta la obcecación, y taimado. Yo entiendo que Shylock es así y en eso no debe haber cuestión. Lo señalo como contraste con el resto de la interpretación. Quizá, radicalizando las diferencias, Vasco ha querido remarcar la maldad del usurero. Ajustado Querejeta en un Shylock tan malo que, siendo el dinero su Dios, prefiere perderlo con tal de ver correr la sangre de su acreedor Antonio. Esa sangre será su perdición, una de las trampas más burdas del gran Shakespare.
No me digan que no es gracioso, convertir al príncipe de Aragón, pretendiente de la bella Porcia (Isabel Rodes), en un baturro de cachirulo, faja y jota. Antonio (Francisco Rojas), el amigo desinteresado de Basanio por quien arriesga todo, no está gracioso, sino grave y crispado. Va, como los demás, de chistera que tiene menos gracia que el cachirulo. Es natural, pues está en juego, su fortuna; y luego una libra de su propia carne, la más próxima a su corazón. La relación entre Basanio y Antonio es digna de estudio y Shakespeare es un maestro de la ambigüedad. La devoción que se profesan siempre me ha llamado la atención y, a lo mejor, no es lo que parece. También recela un personaje, que ante las muestras de amistad de Basanio para Antonio, trata de poner en guardia a Porcia; pero Porcia es una mujer enamorada, lista y respetuosa con las amistades del marido, y lo toma a título de inventario.
Yo creo que Eduardo Vasco, que dejó huella indeleble en la CNTC, ha hecho un montaje esquizofrénico por no decir bipolar. De un lado, esa poética dramática de la penumbra y el sicologismo de las sombras y las luces, las máscaras; de otro el retorcimiento extremo de personajes con tal de provocar la carcajada. Su poética se apoya siempre en la maestría de Camacho como iluminador; el vestuario de Caprile era otra de las señas de identidad, pero aquí Caprile no logra transformar a un baturro ejerciente y genuino en príncipe cortesano. El uso de las máscaras es un recurso pleno de acierto, como dignificación plástica de la caricatura.
La segunda parte, la del juicio y el enredo de los anillos, es una comedia de humor y el montaje de Vasco alza el vuelo gracias a la astucia de Porcia y de Nerissa (Lorena López). Estas, más la rebelde Yésica (Cristina Adua) son la brisa fresca de la función. Robado por su hija, enredado por un picapleitos y condenado por un tribunal adverso, Shylock es un judío no solo vencido, sino humillado. Pavorosa imagen final. Don Wiliam detestaba a los judíos, más de lo que Shylock detesta al arrogante y desdeñoso Antonio, personaje para mí siempre antipático y empalagoso.
Javier Villán
El Mundo
19/11/2015
AQUEL MERCADER DE VENECIA
Más de cuatro siglos nos contemplan desde que Shakespeare la escribió y es un clásico indiscutible, aunque su marcado antijudaísmo la haga difícil de representar y ver hoy día. Yolanda Pallín y Eduardo Vasco nos sirven una excelente versión de El mercader de Venecia, con ese distanciamiento e ironía imprescindibles al acercarse a los clásicos, con un montaje ligero y desenfadado que no pierde su ágil pulso en ninguno de sus cien minutos.
Bassanio ama a Porcia. Para aspirar a su mano necesita tres mil ducados. Se los pide a su mejor amigo, el potentado Antonio, quien en ese momento no dispone de liquidez por tener toda su fortuna invertida en diversas expediciones comerciales. Pero Antonio anima a Bassanio a que pida un préstamo con su garantía al judío Shylock. El judío, resentido por el trato despectivo de Antonio y del resto de los nobles venecianos, exige una clausula singular: Shylock tendrá una libra de carne de Antonio si este no devuelve el dinero en la fecha convenida. Una libra de carne pesa 453,59 gramos. Un corazón humano, está en torno a los 450. Al mismo tiempo, la hija de Shylock se fuga con uno de los amigos de Bassanio llevándose todo el dinero y los bienes que puede transportar. Pronto se sabe que han naufragado todos los barcos de Antonio; está en la ruina y no puede devolver al prestamista el dinero en la fecha convenida. Shylock exige cobrar la fianza y prepara un cuchillo y una balanza. Reunido el tribunal para dictar sentencia, Porcia, disfrazada de abogado, encuentra una argucia para librar a Antonio y castigar a Shylock dejándolo en la más absoluta ruina.
Dice con razón Eduardo Vasco que esta obra tiene los grandes méritos de las que han hecho de William Shakespeare ese dramaturgo que fascina cada nueva época, que no conoce fronteras ni dogmas y que, aun arrastrando tantas referencias literarias como escénicas desde sus primeras composiciones, se alza siempre sobre el escenario como algo nuevo y extraordinario, renovando la esencia del propio teatro para fortuna de los que amamos el arte de Talía. 'Es una historia sobre el dinero. Nuestra Venecia tiene que ver con una ciudad de negocios en la que todo se mueve alrededor del mercadeo, de la propiedad y del interés'. Los comentarios previos en los medios han enseguida apuntado a la burbuja inmobiliaria, a las insensatas hipotecas que muchos firmaron y a las consiguientes crisis bancaria y choque de intereses entre el que presta y el que se endeuda. Pero por fortuna, Vasco tiene la suficiente madurez y experiencia como para no caer en actualizaciones artificiales, sesgadas y exageradas que tan desagradables y repetitivas resultan en estos días.
El texto suena y resuena esplendoroso, la versión resulta impecable, sin la menor estridencia. El montaje facilita la comprensión de la trama, compleja como siempre en Shakespeare, con historias paralelas que se entrecruzan y condicionan necesitando de una dirección de escena rigurosa para ordenar el desorden de continuas apariciones, para desordenar el ordenado guion en esos contados momentos en que se trata de inyectar jaleo. La escenografía no puede ser más sencilla pero mantiene una elegancia y buen gusto notables, bien apreciables en pequeños detalles como la nube previa, tan distinta de esas humaredas con que frecuentemente nos atufan. La escena inaugural es espectacular pero algo confusa en su desenlace. Por contra hay geniales ocurrencias, como el trayecto en góndola. Iluminación y vestuario resultan sobresalientes. Y la discreta y adecuada música en directo contribuye al equilibrio general. Es un enfoque atemporal viable para una obra siempre vigente por más que tenga un grave problema.
Y este problema no es solamente que el malo y malvado sea un judío avaro de panfleto antisionista, la imagen que propició y provocó una sangrienta y sanguinaria persecución durante siglos, un racismo que con premeditación y alevosía hizo pasar incontables sufrimientos a una minoría étnica perseguida en toda Europa. Más allá de que el personaje Shylock haya sido creado para justificar la leyenda negra de su pueblo, lo peor es que Shakespeare justifica todo para castigarlo, hasta la traición más inaudita de su propia hija, que roba a su padre y reniega de su recuerdo, y hasta las argucias legales, las trampas jurídicas y el amañamiento judicial con que la trama se salda para cebarse en el perdedor. Shakespeare hizo una pieza no sólo seguidista de los peores instintos colectivos de su época sino espoleadora de la idea de que todo valía contra la minoría judía porque todo se merecía su infinita maldad.
Pallín y Vasco, conocedores de este grave problema de la obra, no intentan paliarlo con atajos y tapujos, sino con sutiles distanciamiento e ironía capaces de hacer admisible un préstamo tan sensacionalista y un desenlace tan marrullero. De hacer parecer verosímil y al mismo tiempo pura ficción un argumento de película gore al que salva un texto extraordinario, plagado de esas reflexiones y observaciones inteligentes, brillantes, imperecederas que hacen de Shakespeare quien es. No exento de fallos por cierto, y ya puestos a cometer el mayor de los atrevimientos criticando al autor, añadamos que la obra tiene un recoveco alrededor de los anillos de Porcia y Nelissa que da lugar a un epílogo final bastante flojito y meloso.
Y quien es necesita actores y actrices de verdad para emocionar, para conmocionar, para hacer reír y llorar. Arturo Querejeta lo lleva demostrando hace tiempo y hace un Shylock medido y complejo, tan complejo que a los amantes de desfacer entuertos y de las causas pobres les cae más simpático de lo políticamente correcto hasta rechazar la sentencia final por ser tan injusta como el mal que evita. Dicho lo cual debemos reconocer que pocas veces hemos presenciado una actuación tan original y personal como la de Toni Agustí en ese Bassanio deconstruído; no es que sea la bomba, es que tiene enjundia, tiene garra.
Por lo demás, todo el reparto junto y por separado está sólido y potente. Francisco Rojas lidia con un personaje difícil que por momentos resulta hierático a continuación debe generar la mayor de las tribulaciones en los espectadores. Excelente Porcia de Isabel Rodes bien secundada por la Nerissa de Lorena López. Héctor Carballo y Cristina Adua hacen buena pareja, y nos quedan ese amigo Graciano al que Fernando Sendino le da tintes 'lumpernarios' y ese criado Lanzarote que Rafael Ortiz viste gracioso. Y destacar al pianista y actor Jorge Bedoya, un cóctel más y más necesario en los escenarios actuales, en los que la música gana puntos y el teatro musical, encarnaciones.
Una producción digamos que redonda. Tras Hamlet en el año 2004, Noche de reyes en el 2012 y Otelo en el 2013, Noviembre Compañía de Teatro continúa haciendo el mejor shakespeare de nuestros lares. Un shakespeare que esta vez nos deja algo decepcionados con un final tan edulcorado -Porcia informa a Antonio que contra lo que se suponía, encima tres de sus barcos han vuelto sanos y salvos- y tan blanquinegro -todos resplandecientes y felices menos el malvado Shylock en las sombras arrojando furioso la balanza en la que se disponía a pesar el corazón de Antonio. Menos de la mitad de entrada este martes último, quinta representación de las veinte previstas. Algo que debería cambiar rápidamente, pues es cita imprescindible para los buenos aficionados.
José Catalán Déus
El periodista digital
19/11/2015
ESTRENO ALTAMENTE RECOMENDABLE:
'EL MERCADER DE VENECIA'
El clásico de Shakespeare, dirigida por Eduardo Vasco y en versión de Yolanda Pallín, subraya el carácter festivo del teatro
Estos días se representa en las Naves de El español de Madrid y bajo la dirección de Eduardo Vasco, 'El mercader de Venecia', clásico de Shakespeare en versión de Yolanda Pallín que combina un vestuario maravilloso, una puesta en escena funcional y minimalista, y el carácter festivo del teatro. Un estreno altamente recomendable.
El mercader de Venecia es la cuarta incursión de la compañía de Eduardo Vasco en Shakespeare desde que abandonara la dirección del Centro Nacional de Teatro Clásico y podemos volver a decir que el resultado es excelente.
A la inicial frialdad del espacio vacío y la inmensidad de las Naves de El español se va superponiendo poco a poco el texto del dramaturgo inglés, la convicción actoral, el extraordinario vestuario de Caprile y la ajustadísima transición entre escenas, con superposiciones suaves que recuerdan el fundido de planos en el cine.
Comencemos con el vestuario, porque es sencillamente maravilloso: Lorenzo Caprile ha vestido a los actores “de época”, en una Venecia romántica y carnavalesca, a ratos arlequinada, que recuerda mucho a los personajes del dramaturgo veneciano Carlo Goldoni: sobre todo, y muy claramente, en el uso de las máscaras y en los sombreros de tres picos y las togas de los abogados.
Por otro lado, Vasco no quiere olvidar que El mercader es, también, una comedia amable en cuyo centro cela dos tragedias, la de Shylock (un extraordinario Arturo Querejeta), el judío avaro y despreciado que pierde sus bienes y a su hija, fugada con un cristiano, y la de Antonio, cuya amistad por Bassanio a punto está de costarle la vida.
Estas dos soledades y angustias se perciben muy bien al final cuando en la fiesta epitalámica Antonio, que ha estado a un tris de ser legalmente asesinado, se queda solo (¿y feliz?) en el tumulto matrimonial de sus amigos, y un derrotado Shylock aparece en escena, para cerrar la obra, arrojando al suelo la balanza.
Un público feliz
La puesta en escena, funcional y minimalista, acompaña perfectamente a la acción, sobre todo en las escenas de los cofres y esa otra, muy bella, en que los actores miman la góndola por los canales.
La versión de Yolanda Pallín, discreta y pulcra, con algún guiño metateatral, reduce acaso en exceso las tramas secundarias y, así, queda muy desdibujada la figura de Yésica, la hija del usurero, con lo que no se entienden bien ni los motivos de su fuga ni la cólera sincera de Shylock, para quien ella es la niña de sus ojos y los cristianos (en general) lo peor de este mundo.
Cólera que es la que desencadena, finalmente, su atroz venganza contra Antonio al exigirle una libra de su carne. Es un sinsentido que últimamente las películas, en general, tiendan a durar dos horas y media, mientras que en el teatro haya una obsesión por no pasar de la hora y media, sobre todo si, como es el caso (y ya pasó en su Otelo), la obra de Shakespeare genera una complejidad y unos matices imposibles de amputar sin que se resienta el conjunto.
Con todo, un estreno altamente recomendable, que subraya el carácter festivo del teatro, lleva dignamente un clásico a las tablas y agrada a un público feliz y entregado que salió a la noche primaveral y contaminada de este noviembre madrileño con un poco más de felicidad en sus almarios, justo antes de llegar a casa y descubrir el horror de la tragedia parisina.
Ángel García Galiano
tendencias21.net
16/11/2015
EL MERCADER DE VENECIA
El mercader de Venecia de William Shakespeare, llega a las naves del español de la mano de Eduardo Vasco y la compañía Noviembre Teatro, una obra que en su interior se muestra vigente, moderna para su época y que en su superficie evidencia el poso que deja el paso del tiempo.
El mercader de Venecia expone varios temas, si obviamos en un principio la figura del judío Shylock, es una historia de amor costumbrista de la época, donde el honor y la amistad están en primera línea, además la obra destaca el importante papel de la mujer que se muestra desenvuelta y resolutiva aunque tenga que hacerlo disfrazada de hombre… Pero además de los temas anteriores existe un gran peso dentro de la obra, la presencia de Shylock, el prestamista, el que cobra intereses por sus préstamos abusivamente aplicando clausulas ‘legales’ aunque no por ello dignas ni justas. Aquí entramos en el más que popular y actual tema de la pérdida de los bienes, de los desahucios y la aplicación de cláusulas injustas amparadas por la ley pero que atacan frontalmente a la dignidad de las personas. Cualquiera puede realizan sin ningún problema la analogía de cuál sería la figura o figuras actuales que sustituirían a Shylock….
Pero existen otros temas que rodean al personaje de Shylock, sus creencias, el ser diferente, ser de otra cultura, por lo cual es tratado de ‘otra forma’ e incluso castigado y repudiado, un antisemitismo que tiene más fuerza que el odio que le procesan el resto de personajes por su profesión de usurero. Y es justamente aquí, en los insultos al personaje y en su tratamiento donde más he notado distancia y envejecimiento de la historia, claro que es una percepción totalmente personal.
Sobre el escenario una gran tarima, larga y estrecha sobre y alrededor de la cual se va desarrollando la acción, los actores raramente abandonan la escena y se sitúan en los aledaños, dando así acción y vitalidad a las escenas. Un piano recrea los momentos más románticos interpretando música en directo.
Amor, romanticismo, honor y el consabido juego de los cobres de oro, plata y bronce rodean a los personajes principales, junto a un ambiente festivo y divertido que juega con una mezcla de la época romántica y con otras referencias más modernas. Todo bien, interpretaciones correctas y desarrollo que se deja ver con gusto, sin más sorpresas que unas buenas interpretaciones unidas a un buen vestuario y un buen juego interpretativo, dinámico y resuelto que incrementa su dinamismo con el solapamiento intencionado de escenas. Todo tan correcto y jovial como cabría esperar.
Llega la parte menos romántica y más cruenta y sobre el escenario aparece un Arturo Querejeta para quitarse el sombrero, ‘Shylock’ es a todos los efectos el personaje con más fuerza de la historia, no solo por reivindicar hasta la saciedad el pago de su contrato, una libra de carne (carne del propio Antonio, el mercader veneciano, en el caso en que éste no cumpliera con los términos de la devolución de un préstamo), sino por pronunciar uno de los monólogos más conocidos y reconocidos por todos, en la historia del teatro:
‘Ha arrojado el desprecio sobre mí, me ha impedido ganar medio millón; se ha reído de mis pérdidas, se ha burlado de mis ganancias, ha menospreciado mi nación, ha dificultado mis negocios, enfriado a mis amigos, exacerbado a mis enemigos, y ¿qué razón tiene para hacer todo esto? Soy un judío. ¿Es que un judío no tiene ojos? ¿Es que un judío no tiene manos, órganos, proporciones, sentidos, afectos, pasiones? ¿Es que no está nutrido de los mismos alimentos, herido por las mismas armas, sujeto a las mismas enfermedades, curado por los mismos medios, calentado y enfriado por el mismo verano y por el mismo invierno que un cristiano? Si nos pincháis, ¿no sangramos? Si nos cosquilleáis, ¿no nos reímos? Si nos envenenáis, ¿no nos morimos? Y si nos ultrajáis, ¿no nos vengaremos?
Si nos parecemos en todo lo demás, nos pareceremos también en eso. Si un judío insulta a un cristiano, ¿cuál será la humildad de este? La venganza. Si un cristiano ultraja a un judío, ¿qué nombre deberá llevar la paciencia del judío, si quiere seguir el ejemplo del cristiano? Pues venganza. La villanía que me enseñáis la pondré en práctica, y malo será que yo no sobrepase la instrucción que me habéis dado’.
En general, la obra posee buena factura, y el mensaje sobre el usurero, la ley y la justicia puede hacer reflexionar a todo aquel que esté dispuesto a ello, aunque personalmente me resquema la sensación de notar un paso del tiempo que no había sentido en otras versiones de esta misma obra.
Pero una cosa queda clara, los casi 20 años de andadura de la compañía Noviembre Teatro se notan y mucho en el montaje, la profesionalidad con la que afrontan el repertorio shakesperiano deja su huella y eso es algo que no puede pasar desapercibido.
Estrella Savirón
A golpe de efecto (Revista cultural digital)
15/11/2015
UN MERCADER DE VENECIA ¡GENIAL!
El mercader de Venecia de William Shakespeare, en versión de Yolanda Pallín, con la dirección de Eduardo Vasco, que ha puesto sobre las tablas del teatro de Rojas la compañía Noviembre, es sencillamente genial.
Si de Shakespeare podemos afirmar que, más que pertenecer a una época, es de todos los tiempos, con la propuesta de Eduardo Vasco esta afirmación se hace enteramente real. La esencia de la obra, la acción, se mantiene como el creador la imaginó; el texto lo ha aligerado Yolanda Pallín y lo ha actualizado incluso con algunas referencias graciosas más propias de nuestro mundo que de la Inglaterra del XVI, para facilitar la comprensión; el tiempo en el que se desarrolla la acción lo imagina Vasco en una evanescente época romántica, de la que hacen gala los figurines de Lorenzo Caprile, más los masculinos que los femeninos; y la escenografía es del género imaginativo, funcional y minimalista propio de esta época en la que vivimos.
El mercader de Venecia es uno de los dramas “acomediados” (hay momentos dramáticos y otros más amables incluso graciosos) más célebres de Shakespeare, con una acción de una trama compleja que se puede simplificar en los siguientes aspectos: Bassanio, noble veneciano, ama a Porcia, dama bella y rica. Para ser su pretendiente necesita tres mil ducados, que, como no los tiene, se los pide prestados a su amigo el mercader Antonio, pero este no dispone de liquidez, que espera conseguir en breve cuando lleguen los diversos barcos que en los que tiene su inversión. Para salvar la dificultad y ayudar al amigo, Antonio pide un préstamo al judío Shylock, a quien en ocasiones ha tratado con desprecio. Cierra el contrato con una cláusula singular: Shylock obtendrá una libra de carne de Antonio si este no le devuelve el dinero en el tiempo fijado. Entretanto, los pretendientes de Porcia van pasando por una extraña prueba en la que tienen que elegir entre tres cofres. Uno tras otro eligen el cofre equivocado al señalar siempre los más valiosos, excepto Bassanio que acierta con la fórmula y logra su propósito. La hija de Shylock se fuga con un amigo de Bassanio y el judío enloquece. Los barcos de Antonio, uno tras otro, naufragan, con lo que el mercader pierde su fortuna y no puede devolver al judío el dinero en la fecha convenida. Finalmente se celebra un juicio en el que únicamente la inteligencia de Porcia, disfrazada de abogado, logra desenmarañar la madeja legal en que se encuentra atrapado Antonio y que, con una sagaz interpretación de las leyes y de la letra del contrato las tornas se vuelvan contra Shylock.
Antonio Illán Illán
ABC (Toledo)
24/10/2015
UN TOQUE ESPECIAL
Cuarto Shakespeare de EduardoVasco en una
peculiar estética que parte de una reducción del texto original buscando la esencia
de las dos tramas, opción discudble y deunacohesión interpretativa que consigue un estilo propio. Decorado minimalista, unos bancos, unas sillas y un telón decolor burdeos que parece significar uno de los espacios de la obra. Eduardo Vasco da importancia al cuento de hadas y a la historia romántica de Porcia y su amor. No obstante la parte fundamental del texto es la relación de Antonio y los cristianos frente al judio usurero. Después de su estreno mundial en Valladolid prosigue su andadura en giras y festivales. La dobletemática de la obra, el cuento de hadas de Porcia y el enfrentamiento cristiano-judio, tan duro, son, sobretodo este último, de total actualidad, desde el antisemitismo rampante y de la durezade Israel en una confrontación (judios, palestinos, musulmanes) que no tiene visos de finalizar a corto plazo.
Escena y fuera de escena en una fluidez ininterrumpida que el espacio facilita con adecuada composición de los personajes en el espacio. Traslado de la acción a la época romántica y un piano que toca en algunos momentos, mientras que la luz, como siempre, matiza las escenas con la oscuridad como dominante. Frescura interpretativa que evita la impostación y que a veces puede resultar excesivamente cotidiana. Desde la coherencia global es dificil destacar algún actor, todos ellos de niveles semejantes. Arturo Querejeta incorpora un Shylock negativo pero no ridiculo. Dentro de su carácter vengativo y rencoroso, mantiene la dignidad hasta la destrucción final.
Fernando Herrero
EL NORTE DE CASTILLA
20/07/2015
SHAKESPEARE ES SHAKESPEARE
Poner en escena es un proceso de elecciones. Desde la oportunidad de elegir un texto hasta el tratamiento escénico que se le dará, priorizando unos elementos (tanto tetxtuales como escénicos e interpretativos) por encima de los otros y colocando el texto (sea clásico o contemporáneo) en contraste con nuestra realidad. Toda creación artística implica siempre elegir. Lo que no sucede siempre es que cada elección sea en cada momento la mejor posible. Noviembre teatro ha realizado una propuesta de “El mercader de Venecia”, que aunque se ve con gusto (Shakespeare es siempre Shakespeare), encierra una serie de elecciones que despiertan alguna duda.
“El mercader de Venecia” cuenta una historia de sobra conocida: la del mercader que firma un contrato con un prestamista judío por 3.000 ducados, que deberá compensar con una libra de su carne si no satisface a tiempo dicha cantidad.
Yolanda Pallín firma una versión que acentúa la acción eliminando personajes no esenciales, y simplifica el texto, tal vez en exceso, al poner el acento unilateralmente en la línea argumental de las tramas amorosas y eliminando pasajes que son fundamentales para entender por qué Yésica, la hija de Shylock, le abandona para marcharse con Lorenzo. Eduardo Vasco marca un ritmo ágil en una puesta en escena limpia, que entremezcla con acierto finales de unas escenas con el comienzo de otras, juega bien el movimiento y la amplitud del espácio, pero se entrega en ocasiones a buscar un humor fácil rayano en la estridencia (la caricatura baturra del Príncipe de Aragón y el poco afinado dibujo del Príncipe de Marruecos) y vacía por completo de contenido la escena del juicio al presentar a Porcia como un falso Belario inseguro y timorato. Lorenzo Caprile hace un buen diseño de vestuario, pero la duda es: ¿por qué situar la acción en el romanticismo decimonónico? Y otra duda. ¿Qué aportan al desarrollo de la acción y cómo encajan en la puesta las piezas musicales interpretadas en directo?
Ninguna duad despierta el buen trabajo escenográfico de Carolina González, la iluminación De Miguel Ángel Camacho y el sobresaliente trabajo interpretativo de Arturo Querejeta, Isabel Rodes y Rafael Ortíz.
Una libra de carne humana a cambio de un crédito no devuelto. Un contrato es un contrato, se exige. Eso mismo, hoy se llama deshacio.
Joaquín Melguizo
EL HERALDO DE ARAGÓN
10/05/2015
EL MERCADER DE VENECIA
Como dijo a MasTeatro el gran actor Francisco Rojas (Antonio): el público grancanario tiene una gran cultura de teatro y eso ha hecho que los actores disfrutásemos mucho, ya que captaron todos los juegos y giros realizados durante el hecho teatral. Y es que ésta es una obra, pese a los prejuicios con los que pueda acudir a la representación el espectador, que deja al público satisfecho como si fuese la primera vez que la vivencia.
La compañía Noviembre Teatro ha llevado a escena esta gran comedia shakesperiana con mucho éxito y con la exquisitez que acostumbra. Un vestuario lujoso y vistoso, con reminiscencias del S XIX, a manos de Lorenzo Caprile. Una escenografía sumamente eficaz y envolvente diseñada por Carolina González (consta de una tarima a modo de pasarela móvil que permite mil juegos escénicos y ayuda a engrandecer esta versión y el trabajo de los actores). Una música delicada al piano, que se desenvuelve a modo de subtexto, acompañando y tomando cuerpo en sí misma sobre el escenario.
Queremos destacar también, la magistral dirección de actores llevada a cabo por el aclamado Eduardo Vasco. Con diez actores en escena que se multiplican, que tienen su hueco para explorar su arte propio y ponerlo al servicio del vulgo, trabajando siempre el drama y la vis cómica. Una utilización de la mise en scène digna de un maestro, donde los momentos cómicos y trágicos se suceden en los distintos planos del espacio sin que el espectador perciba la línea divisoria. Y donde han sido un acierto todos los juegos actorales; desde la Commedia dell’Arte y el uso de sus máscaras, hasta la ejecución de la góndola en un canal veneciano.
Y obviamente, deseamos agradecer a Yolanda Pallín el uso de su lúcida pluma para acercar El mercader de Venecia al público español de nuestro tiempo. Una obra que habla de la grandeza y de la miseria humana. Se ensalza el valor de la amistad, una amistad tan pocas veces vista en la tierra, esa que es incondicional, que busca ayudar al amigo porque en su felicidad está la nuestra. Se pone en tela de juicio si todo en esta vida es luchar por ganar dinero, ahorrar para lo que pueda pasar… y seguir ganando dinero a costa de lo que sea. Trata el antisemitismo y la supremacía del cristianismo frente a otras religiones, pintando a los suyos como nobles y de gran corazón y al resto como seres sin escrúpulos, viles, y carentes de capacidad para ser clementes; pero como bien dice Shylock (nuestro Mercader, nuestro comerciante, nuestro rico judío): Si nos pincháis, ¿no sangramos?… si nos envenenáis, ¿no morimos? Y si nos ultrajáis, ¿no nos vengaremos?
Bajo el manto de la comedia están envueltos múltiples asuntos dignos de tratados individuales, pero de lo que estamos seguros es de que Noviembre Teatro hace justicia al arte del Teatro y al Juego, su esencia.
Dafne Arencibia
masteatro.com
05/04/2015
DE HOY
La comedia de William Shakespeare “El mercader de Venecia” es un trenzado de asuntos varios, con cortejos y amores, enredos, trucos y disfraces… La mezcla de temas es muy expresiva del oficio de dramaturgo en época de Shakespeare, contar la vida, los odios y las complicidades, entretener sin camuflar la otra trama del dinedro y del poder.
Y ha quedado para siempre la figura del usurero Shylock, capaz de cobrarse un trozo de carne viva de su deudor.
La versión de Yolanda Pallín (Madrid 1965) pone al día el texto y lo aclara con respeto a la palabra y a los tipos. El director Eduardo Vasco (Madrid 1968) marca un ritmo ágil y una actuación limpia, homogénea, visual y con su habitual cuidado del diseño sonoro, con soltura ante un autor en el que está curtido.
Hay un nombre a recordar, el de Arturo Querejeta en el cruel “Shylock”, sin aspavientos, casi impasible, ajeno al dolor de su sangrienta variante de la dación en pago. Un Shakespeare cercano, accesible, al día.
Pedro Barea
EL CORREO (Bizkaia)
20/04/2015
SHAKESPEARE Y EL VALOR DE LA AMISTAD
Como dijo a MasTeatro el gran actor Francisco Rojas (Antonio): el público grancanario tiene una gran cultura de teatro y eso ha hecho que los actores disfrutásemos mucho, ya que captaron todos los juegos y giros realizados durante el hecho teatral. Y es que ésta es una obra, pese a los prejuicios con los que pueda acudir a la representación el espectador, que deja al público satisfecho como si fuese la primera vez que la vivencia.
La compañía Noviembre Teatro ha llevado a escena esta gran comedia shakesperiana con mucho éxito y con la exquisitez que acostumbra. Un vestuario lujoso y vistoso, con reminiscencias del S XIX, a manos de Lorenzo Caprile. Una escenografía sumamente eficaz y envolvente diseñada por Carolina González (consta de una tarima a modo de pasarela móvil que permite mil juegos escénicos y ayuda a engrandecer esta versión y el trabajo de los actores). Una música delicada al piano, que se desenvuelve a modo de subtexto, acompañando y tomando cuerpo en sí misma sobre el escenario.
Queremos destacar también, la magistral dirección de actores llevada a cabo por el aclamado Eduardo Vasco. Con diez actores en escena que se multiplican, que tienen su hueco para explorar su arte propio y ponerlo al servicio del vulgo, trabajando siempre el drama y la vis cómica. Una utilización de la mise en scène digna de un maestro, donde los momentos cómicos y trágicos se suceden en los distintos planos del espacio sin que el espectador perciba la línea divisoria. Y donde han sido un acierto todos los juegos actorales; desde la Commedia dell’Arte y el uso de sus máscaras, hasta la ejecución de la góndola en un canal veneciano.
Y obviamente, deseamos agradecer a Yolanda Pallín el uso de su lúcida pluma para acercar El mercader de Venecia al público español de nuestro tiempo. Una obra que habla de la grandeza y de la miseria humana. Se ensalza el valor de la amistad, una amistad tan pocas veces vista en la tierra, esa que es incondicional, que busca ayudar al amigo porque en su felicidad está la nuestra. Se pone en tela de juicio si todo en esta vida es luchar por ganar dinero, ahorrar para lo que pueda pasar… y seguir ganando dinero a costa de lo que sea. Trata el antisemitismo y la supremacía del cristianismo frente a otras religiones, pintando a los suyos como nobles y de gran corazón y al resto como seres sin escrúpulos, viles, y carentes de capacidad para ser clementes; pero como bien dice Shylock (nuestro Mercader, nuestro comerciante, nuestro rico judío): Si nos pincháis, ¿no sangramos?… si nos envenenáis, ¿no morimos? Y si nos ultrajáis, ¿no nos vengaremos?
Bajo el manto de la comedia están envueltos múltiples asuntos dignos de tratados individuales, pero de lo que estamos seguros es de que Noviembre Teatro hace justicia al arte del Teatro y al Juego, su esencia.
Dafne Arencibia
masteatro.com
05/04/2015
UNA LIBRA DE CARNE
Tras su etapa al frente de la Compañía Nacional de Teatro Clásico vuelve Eduardo Vasco a su compañía, Noviembre, y a su autor favorito, Shakespeare. Esta vez para ofrecernos una comedia que, a pesar de sus varias adaptaciones y versiones más o menos libres (pienso ahora en Una libra de carne, la primera obra del argentino Agustín Cuzzani), Vasco ha preferido tocar muy poco, no alejarla de su Venecia y su tiempo originales. Y es que, en efecto, la trama de Shakespeare, muy sutilmente conducida por Yolanda Pallín, necesita muy pocos cambios para mostrarse como una pieza de radical actualidad. En esta época de rescates económicos, de préstamos abusivos, de imposiciones monetarias…, fenómenos como el relatado por el vate inglés no resultan nada impensables. Claro está que la obra no sólo es un retrato elocuente del capitalismo inicial y sus prácticas, también aborda otros temas de interés. El del judío Shylock y su condición social y racial no es de los menores. Como tampoco lo son la codicia, la envida, la ambición, la lealtad o la venganza. Un rosario de sentimientos y actitudes que Shakespeare maneja aquí con su habitual maestría y que Pallín y Vasco nos trasladan al presente sin necesidad de recursos extraños.
En ese sentido podemos afirmar que si la adaptación de Pallín es notable, no lo es menos la puesta en escena de Vasco que, una vez más, recurre a la música en directo (piezas de Brahms y Schubert interpretadas al piano por Jorge Bedoya), y busca recrear un ambiente (la señorial Venecia y sus canales) con un lenguaje esencial y preciso, haciendo bueno el lema “menos es más”. Porque no es aquí, en la escenografía (Carolina González), el vestuario (Lorenzo Caprile) o la iluminación (Miguel Ángel Camacho) donde se pone el acento, sino en el capítulo de la interpretación, terreno el que destaca poderosamente Arturo Querejeta encarnando a ese prestamista judío al que aborrecemos y despreciamos cuando contemplamos su bajeza y su ruindad al establecer los términos del préstamo, pero al que compadecemos en sus desgracias y en su humanidad. Un magnífico y oportuno montaje.
Nel Diago
Cartelera Turia (Valencia)
04/2015
LUMINOSO SHAKESPEARE
El exdirector de la Compañía Nacional de Teatro Clásico, Eduardo Vasco,
ya hace tiempo que le perdió el respeto a Shakespeare. Y no lo digo en sentido peyorativo, sino todo lo contario, como un merecido elogio. Vasco ha hecho asequible al inventor de lo humano, como diría H. Bloom. Le ha tomado el pulso sin pensar en la habitual grandeur. Basta la necesidad de jugar; basta con tener buenas ideas; basta con saber traducir el texto a una puesta escena contemporánea. Un término que en esta ocasión no significa salirse del tiesto, sino estar prendado de la obra. Y más en la presente que mezcla, con una ironía radioactiva, comedia y drama; que mezcla tantas cosas resueltas maravillosamente, que da miedo enfrentarse a ella. Miedo que no existe en esta resolutiva puesta en escena, en la que predomina un pudor sentimental y un vibrante sentido de la medida.
Un trabajo que tiene como base una amena versión de Yolanda Pallín, y que se ayuda de un vivaz vestuario (Lorenzo Caprile), una matizada iluminación (M. A. Camacho) y de un imaginativo y funcional diseño escenográfico (Carolina González). A veces, alcanza un notable romanticismo aderezado con la música. Elementos que nutren un trabajo escénico que logra materializar la mezcla de entresijos: el litigio económico; el cortejo de Poncia, y los amores de Lorenzo y Yéssica, y los de Graciano y Nerissa. Y si la escena del juicio suele devorar a las demás, Vasco ha demostrado que hay vida después de la misma, al recrear el final de comedia (¡qué final!). Resalta un tono interpretativo repleto de ligereza y rigor. Arturo Querejeta compone un extraordinario Shylock, minucioso y muy bien analizado. Isabel de Rodes (Porcia) y la valenciana Lorena López (Nerissa) están estupendas y resuelven con mucha gracia el divertissement de los anillos. Inútil, en este comentario, extenderme a analizar el resto de elenco, quede, eso sí, ratificado este recomendable y luminoso montaje. Entrañable y próximo.
Enrique Herreras
LEVANTE El mercantil valenciano
29/03/2015
SHAKESPEARE Y LAS PREFERENTES
Hay quien busca en Mankiw —la biblia divulgativa de primero de Economía— las claves del arte financiero. Pero en Shakespeare ya están algunos de sus fundamentos más básicos y crueles. El mercader de Venecia nos habla del peligro que entraña confiar en la misericordia de los prestamistas, nos advierte de las consecuencias que puede desencadenar la firma de un contrato bancario regido por unas condiciones aberrantes: no solo la pérdida de la hacienda, sino también de la propia vida. ¿Les suena?
En el Teatre Principal de Valencia se representa hasta el domingo la célebre obra de Shakespeare, que muchos recuerdan por la película de 2004 con Al Pacino y Jeremy Irons en los papeles principales, y que ahora sube a las tablas españolas de la mano de Eduardo Vasco, ex director de la Compañía Nacional de Teatro Clásico (CNTC) y fundador de Noviembre Teatro en los años 90, proyecto que retomó en 2011 tras su salida de la institución pública. En Valencia hemos podido ver también sus montajes de Noche de Reyes (2012) y Otelo (2013).
El mercader de Venecia cuenta una historia de venganza personal, la del judío prestamista Shylock, enemigo de Antonio, un dadivoso cristiano que siempre se ha mofado del semita y de sus métodos para enriquecerse. Antonio necesita, no obstante, la ayuda económica de Shylock para apoyar la causa amorosa de un amigo pobre, Bassanio. Y firmará un préstamo por 3.000 ducados que, si incumple, deberá compensar con una libra de su carne. El argumento posee significativos vínculos con la actualidad. Porque en esta obra, publicada en el año 1600, ya se alude a las leyes que amparan la ferocidad de la usura y favorecen la economía por encima de los derechos humanos. Esa Venecia del siglo XIV, bajo el poder omnímodo de los mercaderes y especuladores, es la Europa de hoy asfixiada por los mandamientos bancarios. El altar de la banca recibe a diario miles de libras de carne de los apurados Antonios de nuestros días.
Sin necesidad de hacer un alegato político, desde la sutil elegancia —esa marca invariable de la factoría teatral Vasco—, la denuncia se materializa en la conciencia del espectador durante y, sobre todo, después de la función. Asimismo, Shakespeare aborda en esta pieza la ardua cuestión del antisemitismo. Vasco comenta en su programa de mano "lo delicado que resulta llevar la figura del judío a escena". Cierto. Y, sin embargo, pese al retrato despiadado del usurero, el bardo inglés perfila en Shylock a un ser complejo, lleno de temores y miserias, tan humano en su condición judía que resulta imposible no sentir conmiseración por él.
La versión recortada del texto original, magníficamente adaptado por la especialista Yolanda Pallín, resulta dinámica al acentuar la acción de la trama —que es doble: la amorosa, desarrollada en Bélmont; la económica y de venganza, en Venecia—. Aun así, no se rehúyen los momentos introspectivos de reflexión que tanto gustaban al autor: mirando las estrellas, Lorenzo y Yéssica, la judía renegada hija de Shylock, nos recuerdan que al universo no le interesan nuestras pequeñas mezquindades y que la única riqueza que poseemos es el instante presente. Shakespeare relativiza así la tragedia que nos está contando.
Vasco, que en su momento nutrió a la CNTC de actores que trabajaron en los inicios de Noviembre, ficha ahora profesionales que surgieron de las filas de la Joven CNTC (Francesco Carril, Isabel Rodes, Héctor Carballo) y los combina con clásicos como Arturo Querejeta, que ya figura entre los veteranos insustituibles para montar un texto de Lope, Calderón o Shakespeare. Suma también a una actriz valenciana, Lorena López, conocida por su participación en L'Alqueria Blanca como Fina, aunque de sólida trayectoria en las tablas autóctonas, con montajes como Los locos de Valencia (2011), de Toni Tordera, o la dirigida por el mismo Vasco para Teatres, Anfitrión, la temporada pasada.
Arturo Querejeta está soberbio en su papel de judío, al que aporta una solemnidad que mueve al público a posicionarse de su parte en repetidas ocasiones, sobre todo en su espléndida interpretación del célebre monólogo "Si nos pinchan, ¿no sangramos? (...) ¿No tiene ojos un judío?". Querejeta se encuentra muy bien arropado por el resto del reparto. Unos actores que, bajo el sello de la austeridad escenográfica característico del director, se convierten en el mejor decorado posible para la obra.
A lo largo de la representación, gracias a la iluminación de Miguel Ángel Camacho, los intérpretes componen bellos cuadros plásticos, entre los que destaca el de una inestable góndola veneciana bajo una luz acuosa. El juego actoral colectivo, las máscaras de la Commedia dell'Arte y algunas pantomimas en los momentos oportunos —siempre desde un humor sin estridencias— contribuyen a crear la atmósfera del montaje. Todas las interpretaciones están al servicio del perfecto funcionamiento del engranaje teatral, pero llama la atención la potente capacidad de Francesco Carril, como Bassiano, para transmitir y conectar con el espectador.
Junto con Camacho en las luces, el modista –como gusta llamarse— Lorenzo Caprile y la escenógrafa Carolina González completan la nómina estable de colaboradores de excelencia de Vasco. En El mercader de Venecia el vestuario de Caprile, de un amplio cromatismo contrastado por el color negro del judío Shylock, se sitúa a caballo entre el siglo XVIII —y sus sombreros de tres picos— y el XIX –con los de copa– para los personajes masculinos, y para los femeninos fusiona el clasicismo de los corpiños y los estampados historicistas con un atractivo aire contemporáneo.
Por su parte, Carolina González, concibe el decorado desde la funcionalidad y el protagonismo del actor. Un telón rojo sangre aterciopelado, que representa la vida, se contrapone con otro telón a manchas doradas, que alude al poder del dinero y preside la escena del juicio. Como elemento cohesionador emerge la música del piano, el instrumento predilecto de Vasco para ambientar textos clásicos. Sus notas —en adaptaciones de Brahms y Schubert— subrayan los momentos fundamentales de la acción e interactúan con los personajes.
Este Mercader de Venecia es un acierto de Teatres de la Generalitat Valenciana, que sin duda apuesta a caballo ganador al contar, desde hace varias temporadas, con la presencia en cartel del director madrileño, un grande de la escena actual que roza en este montaje el nivel alcanzado en Noche de reyes.
Lamentablemente, eso sí, se trata de destellos emitidos por la exhausta maquinaria sin rumbo que es CulturArts, donde se programa dejando caer sobre el tablero de la temporada las fichas (quién sabe si "amigas") sin un marco artístico meditado o una política teatral coherente detrás. ¿A qué proyecto atiende la programación de TGV? El ciudadano solo percibe una clara inclinación por la danza. El resto es un totum revolutum sin líneas maestras, para dispersión de un público ya sin criterio y desesperación de muchos profesionales de las artes escénicas. Esos Antonios desesperados ante esta tragedia de tintes reales que aletarga al teatro público en Valencia desde ya hace demasiado tiempo.
Purificación Mascarell
culturplaza.com
28/03/2015
ARTURO QUEREJETA SE HACE CON EL MERCADO DEL CUYÁS
Arturo Querejeta es el protagonista absoluto de la eterna comedia dramática de Shakespeare, ‘El mercader de Venecia’. Y lo es por derecho y por conquista, pues retrata fielmente al personaje que serpentea por usura y por venganza entre los callejones de la Venecia del siglo XVI, movido por esa mezquindad del apego a lo material que, en realidad, es contraria a cualquier religión o credo, pero que la tradición literaria adjudica a aquellos a quienes la historia confirma también ‘ladinos’ en ese papel, más por su sagacidad comercial que por ser minoría religiosa. El éxito despierta tanta envidia como ira. Así ha sido en el tiempo y siempre será así, inherente a la naturaleza humana que mira hacia atrás por encima de su hombro antes de dar un solo paso adelante.
Querejeta es el judío de ayer, el que hacía sonar sus monedas como símbolo de su honra, el que usaba la sordidez de su avaricia para defenderse de la sociedad que lo señalaba. Sin embargo, no nos olvidemos de esa sociedad que le apuntaba con el dedo y lo encerraba cada noche... En la Venecia medieval existió el primer gueto judío, cuyas puertas eran cerradas a cal y canto con un candado al acabar el día, puesto que las leyes venecianas les permitían ocuparse de los negocios de la Laguna pero los confinaba tras el puente que hoy conduce al Cannaregio. (En realidad, esas mismas leyes sólo les permitían ser comerciantes de telas, prestamistas o médicos). Pero Querejeta también podría ser el judío de hoy, el que en el corazón de Ámsterdam vende holgadamente los diamantes que otros hacen llegar sin pudor a sus manos para luego criticarlo. En el camino, cuántos no son los que han pagado el precio y cuántos los que se han vendido por él...
Es esa sociedad de la hipocresía que tan bien supo retratar siempre Shakespeare, que jalea y participa de las deshonras del individuo pero que jamás se sienta en el banquillo de los acusados, que se beneficia del enaltecimiento de la vileza mientras dura el ruido, pero que luego aplaude su caída una vez que ha llegado el relevo. Ahora bien, si en ‘Otelo’ el dramaturgo inglés de todos los tiempos apostaba por humanizar a su personaje en esa dicotomía de verdugo/víctima (un moro entre cristianos que mercadean dentro y fuera de la corte veneciana esparciendo el certero veneno de las palabras), en ‘El mercader de Venecia’ no apuesta por salvar al judío Shylock, al que sombrea como lo más abyecto de una sociedad que es, en realidad, cómplice de su medio de vida. El viejo y cicatero Shylock practica la deleznable usura conforme a la ley del Duce veneciano, hasta el punto que sus códigos permiten cobrarse una deuda ‘en carnes’, literalmente... Una libra de carne del deudor por 3.000 ducados en 3 meses, eso sí, sin derramar una gota de su sangre.
Pero quién es más usurero, el que dicta la ley y la ampara, el que la acata y sella el acuerdo, o el que pretende cobrarse así la deuda sin clemencia... Noviembre Compañía de Teatro vuelve a bordar los clásicos de William Shakespeare bajo la dirección de Eduardo Vasco, con esa puesta en escena pulcra donde reina la palabra movida por la condición humana. Con sólo tres elementos básicos sobre el escenario, el piano en directo de Jorge Bedoya, la proyección de la laguna que se insinúa en imágenes, y un largo banco de madera en el que aguardan sentados los personajes al fondo de la escena, y que será usado como coreografía de una vara de medir que giran según en manos de quien caiga, el joven y arruinado Bassanio que pretende a la rica heredera Porcia, junto a su generoso amigo Antonio, cuya carne le servirá de aval al avaro judío Shilock, trenzarán este drama humano que, sólo en escena, puede ser resuelto con el enredo de una comedia.
Here comes the story ad code
De nuevo, Noviembre Compañía de Teatro resuelve brillantemente la atemporalidad de la acción Shakesperiana con la fuerza de la presencia de sus actores, que dan protagonismo a la palabra por encima de todo lo demás, que exprimen la esencia de esa acción casi cercando al público, como al mercader judío, sin que uno y otro pierdan detalle. “Estoy cansado de mi tristeza”, clama Antonio al inicio de la obra ante su inminente ruina, pero será el judío Shylock el que, al final, arroje la balanza de la justicia al suelo ante su certera quiebra, moral y mercantil.
Nadia Jiménez
ABC de Canarias
23/03/2015
A NOVIEMBRE LE SIENTA MUY BIEN SHAKESPEARE
Comienzo esta crítica afirmando que, en mi humilde opinión, la vuelta de Eduardo Vasco a Noviembre Teatro ha sido triunfal. La divertida Noche de Reyes y la dura Otelo supusieron el comienzo de una nueva etapa que continúa lo que iniciaron en 2004 con Hamlet. Pues bien, con la nueva producción, El mercader de Venecia, hasta el domingo en el Teatro Lope de Vega de Sevilla, se confirma el buen hacer de Vasco con el repertorio de William Shakespeare, y van cuatro aciertos plenos en la diana. En un aparte personal, al que escribe estas líneas, Licenciado en Filología Inglesa antes que periodista, esta labor le está rellenando las lagunas que tenía en lo que a obras del dramaturgo inglés representadas sobre las tablas se refiere.
En el caso de El mercader de Venecia, Vasco, con la colaboración de la eficaz Yolanda Pallín, va al corazón de una trama con muchos elementos a tener en cuenta.
Como en los montajes anteriormente mencionados, los aspectos técnicos y las decisiones de puesta en escena constituyen un inconfundible sello de identidad y de calidad que no defrauda.
La trama está bien contada, con una primera parte vertiginosa de claro carácter cómico, con pinceladas dramáticas que culminan en el juicio al que Shylock lleva a Antonio y unos memorables momentos impregnados de romanticismo al que contribuyen no sólo la ambientación, sino también la acertada selección musical, con temas de Brahms y Schubert, que consiguen momentos sublimes.
Pero yo no destacaría todo esto si no apreciase una cuidada labor del equipo técnico que complementa el redondo trabajo del elenco actoral. Aparte de la mencionada selección musical, el vestuario de Lorenzo Caprile es de 10, con hermosas creaciones para todo el reparto donde destaco particularmente, el traje verde de Bassanio y el rojo de Porcia.
Centrándonos en las interpretaciones, el elenco cumple su cometido con creces. Arturo Querejeta, memorable como Feste y Yago en las anteriores producciones, encarna a Shylock otorgándole el aplomo necesario para mostrar a un personaje que se aferra a un contrato incumplido, aunque la libra de carne sea un precio demasiado alto, sin dejar de lado la mención explícita del rechazo a los judíos.
Francesco Carril interpreta a Bassanio con la soltura y naturalidad que nos tiene acostumbrados, algo que puedo afirmar con creces después de verle en Veraneantes y en Noche de Reyes y que está memorable en la escena de los cofres y en el juicio presenciando lo que le está a punto de suceder a Antonio por algo que él mismo empezó. Con menos de treinta años y visto lo visto, Carril es un portento.
Por su parte, Isabel Rodes como Porcia está portentosa, y hace un buen binomio con Lorena López (Nerissa) en la escena del juicio, magníficamente interpretada por ambas y en la escena final jugando a la burlona confusión con sus prometidos.
Cristina Adua confirma con su interpretación de Yéssica lo que ya avisó encarnando a Desdémona en Otelo: que es una actriz con un gran potencial, con una delicadeza en la voz y en los movimientos que es una delicia verle actuar.
Por su parte, Francisco Rojas otorga a Antonio un porte y una voz que consolidan su interpretación y que tiene una de sus mayores cotas en las exaltaciones de amistad por Bassanio. Finalmente, Héctor Carballo (aún en la memoria su impecable actuación en Isabel), da al personaje de Lorenzo unos toques cómicos y románticos que hacen de su interpretación una nueva sólida muestra de su talento al que también nos tiene acostumbrados, como Fernando Sendino en el papel de Graciano o Rafael Ortiz como Lanzarote, de una comicidad exquisita.
Con todo lo dicho, no extraña que el público aplaudiese a rabiar y desde este blog le deseo al equipo una fructífera andadura en esta nueva y conseguida inmersión en el universo creativo de William Shakespeare.
Alejandro Reche Selas
Blog “El rinconcillo de Reche”
14/02/2015
UN INTENSO VIAJE DEL DRAMA A LA COMEDIA
Shakespeare concibió El mercader de Venecia como un drama que denuncia la codicia y la sed de venganza como fuentes de la maldad, además de reivindicar la caridad frente a la rigidez de la justicia. De ahí su final feliz, más propio de las comedias de enredos de su época. Ese trasfondo cómico es justo lo que recalca esta nueva versiónde Yolanda Pallín.
Fiel a esa visión, Eduardo Vasco elabora una puesta en escena contemporánea con una producción que no escatima en recursos. algo que merece la pena valorar, teniendo en cuenta lo dificil que resulta en estos tiempos situar en escena a diez intérpretes y darles el apoyo de un exquisito vestuario (a cargo de Lorenzo Caprile), una iluminación rica en matices y una escenografía tan imaginativa como funcional. Todo ello otorga a la historia una atmósfera romántica, potenciada con la música de Brahms y Schubert. Cabe destacar el partido que saca el director de un simple banco de madera y unos cuantos elementos de atrezo, con los que elabora un interesante juego de elipsis espacio-temporales con el que imprime un ritmo frenético, desde la primera a la última escena.
(….)
No obstante, consigue traer la crítica de la usura financiera a nuestros tiempos y los catores y actrices nos brindan una interpretación tan magistral como fresca, al servicio de una magnífica composición escénica.
Dolores Guerrero
El correo de Andalucía
14/02/2015
ENTRETENIDO ACIERTO
Una libra de carne humana a cambio de un crédito no devuelto. Un contrato es un contrato, se exige. hoy se llama desahucio y la cruel falta de compasión de los banqueros recuerda al prestamista judío en esta lección de intolerancia. La diferencia es que a él, anteriormente humillado, se le puede llegar a comprender. la necesidad de demostrar la igual naturaleza primigénia, más allá de cuna o religión, con esa célebre y universal cita grabada en la memoria: “Acaso no sangramos si nos pincháis” en boca del usurero Shylock (arturo Querejeta), mientras se deja en evidencia la desconfianza generada por el prejuicio… porque las apariencias engañan y los tintes del alma van más allá del blanco y negro.
Esta obra renacentista, pues su composición se calcula entre 1596 y 1598, y espíritu, ya que el maestro británico brinda de un talante optimista a su creación donde el amor supera a la codicia y vence a la maldad derrotando a la crueldad, resulta un entretenido acierto. Además de respetar el original, como acostumbra Noviembre Teatro, Pallín corta y recorta con sabiduría convirtiendo la densidad en agilidad y frescura gracias a la buena elección de escenas que mantienen las historias con sus subtramas motivando a la dirección a obtener un ritmo frenético que se agradece en un clásico como este, con música en directo del pianista Jorge Bedoya.
A sabiendas de que la sinopsis es de sobras conocida o que, en todo caso, el lector la encontrará en el artículo que acompaña a esta crítica, prefiero centrar estas lineas en el engranaje actoral, con Querejeta en cabeza. Siempre en escena, los diez intérpretes han neutralizado el texto hasta extraerle su gracia. A carcajadas en determinadas escenas, derivamos al silencio más absoluto para henchirnos de esa oscuridad también presente en esta tragicomedia, prueba de una compañía que presenta su cuarto Shakespeare con estilo propio, buen gusto e inteligente uso del escaso atrezzo inmerso en esta sencilla aunque efectiva escenografía. No se la pierdan.
Lara Martínez martínez
ABC de Sevilla
13/02/2015
NO TODO SHAKESPEARE ES BUENO
La usura del prestamista Shylock y su empecinamiento en conseguir la libra de carne humana utilizando la ley podría recordarnos a las injusticias que están protagonizando algunos bancos, apoyados por la Justicia, exigiendo el desahucio de familias que no pueden pagar sus hipotecas.
Sin embargo, este paralelismo es solamente circunstancial. La obra lleva representándose más de cuatro siglos y ha coincidido con muchos otros momentos históricos.
(….)
Los intérpretes, aunque reducidos a la normalidad por Vasco, están estupendos. El vestuario de Caprile siempre destaca. El público aplaudió con ganas y satisfacción. A mí me sirvió para asumir que El mercader es prescindible.
Javier Paisano
Diario de Sevilla
13/02/2015
TARDES DE TEATRO
Noviembre estrenó en el Teatro Calderón una versión recortada en texto y personajes de El mercader de Venecia. Estoy con los grandes creadores europeos que respetan totalmente los textos de autores de la talla de Shakespeare.
Un hombre de negocios (Antonio) que ayuda economicamente, sin interés, a un amigo sin recursos, puede ser cristiano, judío, mahometano o atéo. Lo mismo un usurero recalcitránte, basta con fijarse en los banqueros de nuestro país que no dudan en echar a la calle a miles de españoles en paro que no pueden pagar sus hipotecas. En la época de Shakespeare, ser cristiano estaba bien considerado, y ser judío era todo lo contrario. En ese sentido creo que Eduardo Vasco recalca con demasiada vehemencia este binomio cristiano-judío.
Shakespeare dudaba, por eso paralelamente a las escenas del vengativo y cruel Shylock desarrolla las del amor en Bélmont, y la obra no termina con el juicio en venecia, sino con el triunfo del amor en Bélmont.
Noviembre posee un elenco con buen nivel interpretativo. La dirección de Eduardo Vasco es potente, coloca bien a los actores en escena y mantiene el ritmo. Interesante la escenografía de Carolina González, y estupenda la creaciónde arturo Querejeta como Shylock.
Carlos Torquedo
Diario de Valladolid
09/02/2015