Llevé a escena mi primer Lope en 1994, se trataba de una comedia mitológica titulada La bella Aurora. En aquel momento parecía raro, que gente tan joven como nosotros se acercase a los clásicos, aunque para nosotros resultaba algo natural. Los clásicos eran como nuestra casa; la casa de la palabra, de la lírica; un lugar que amábamos.
Años más tarde, en el 2000 volví a Lope, esta vez con una comedia urbana titulada No son todos ruiseñores que transcurre durante el carnaval de Barcelona, y no tuvimos suficiente; al año siguiente apostamos por La fuerza lastimosa, una fantástica comedia novelesca sobre naufragios y equívocos en el reino de Irlanda, y quedamos fascinados; la temporada siguiente, tras recuperar La bella Aurora para el Festival de Almagro llegaron los años de la CNTC y mi predilección lopesca fue evidente: El castigo sin venganza, Las bizarrías de Belisa, La Estrella de Sevilla, La moza de cántaro y El perro del hortelano fueron los títulos lopescos que tuve el privilegio de estrenar y que me permitieron profundizar en la dramaturgia del Fénix madrileño, que ya formaba parte de mí.
Mi relación con El caballero de Olmedo comienza en el bachillerato. Me intrigaba la triste historia de don Alonso, la injusticia del acto cobarde, las malas artes de Fabia; me parecía una historia con mayúsculas. Pero lo más emocionante era su lírica, aquellos versos hermosos y llenos de fatalidad, profundos y de una belleza sencilla. Ya en la Escuela de Arte Dramático, estudiando dirección escénica, elegí la escena de la despedida de los enamorados para uno de los ejercicios del segundo curso y quedé prendado de la obra para siempre.
Las circunstancias de la vida me hicieron demorar llevarla a escena hasta ahora, tras unos años en los que me he ocupado sobre todo de Shakespeare, aunque haya trabajado obras de Chejov, Ibsen, Camus, Moliere, Plauto o Azorín. Es un buen momento para encontrarme con don Alonso, con todo lo que ha significado para mí en este tiempo su tragedia y con la belleza de su historia narrada a través del la lírica de Lope.
Su temática no nos es ajena. La historia de El caballero de Olmedo es muy española: un hombre joven, guapo y capaz, un tipo que se distingue de los demás por su nobleza y valentía es asesinado por envidia, muerto como un perro por la pura desesperación de un incapaz. La envidia, esa lacra tan española, tan atemporal.
Alonso es el extranjero, y produce esa inquina que provocan las novedades en los pueblos, en las ciudades. Aparece como el diferente, que ocupa un espacio que el lugareño considera suyo. Es un hombre de honor, pero a los ojos de sus rivales resulta un usurpador: ante el rey se lleva los réditos que la fama produce, conquista a las mujeres y las opiniones de los conciudadanos. Al no poder superarle, el único camino será matarlo.
Los aspectos trágicos de la pieza, magistralmente planteados por Lope, aúnan el cantarcillo con la mágica presencia celestinesca para guiar al personaje a su destino fatal. Alonso es un héroe de tragedia que acaba muerto de una manera vil; un héroe español que podría pertenecer a cualquier época.
Nuestro montaje pretende ofrecer la historia de Alonso potenciando sus componentes principales. Aquello que nos fascina. El verso, la tragedia y la comedia, la música, la espectacularidad y la intimidad de cada momento, el amor como necesidad irremediable, como fuerza imparable que conduce al destino final.
Nuestras maneras teatrales son conocidas: el actor y la palabra en primer plano, la música en directo, el trabajo de elenco y una manera de entender el teatro sin artificios, sin inventos epatantes.
Creemos que ofrecer los clásicos al espectador es una responsabilidad, pero también una cuestión de disfrute artístico. La consideración de Lope de Vega y los dramaturgos del Siglo de Oro como autores para eruditos nos parece un despropósito cultural. Nuestros autores áureos escriben teatro para contar historias a la gente sencilla, entretenerla, enriquecer su espíritu y, en ocasiones, producir una reflexión. Creemos que el teatro debe ser, sin perder sus calidades ni sus virtudes, accesible; y para ello trabajamos.
Tras más de veinte años de trabajo como compañía continuamos nuestra dedicación clásica representando la obra del desdichado Alonso, el Caballero de Olmedo, y bella tragicomedia, tratando de entender la historia desde nosotros para representarla, y que finalmente sea, también, algo de ustedes.
Eduardo Vasco