Felipe Carsí fue uno de los actores imprescindibles de su época. Un intérprete que, aunque tuvo elenco propio y fue cabeza de cartel, siempre se caracterizó por bordar los secundarios en las grandes compañías; un especialista en dar solvencia y lustre a los compañeros en escena. Fue acogido tras una larga vida sobre las tablas por la compañía Guerrero-Mendoza, dedicado a pequeños papeles de anciano, y falleció en 1933, a los 95 años, enterrando a todos los que pensaban, una década antes, que le quedaban “cuatro días”. Era un apasionado irredento, tanto que cuando ya sin condiciones le fue imposible seguir trabajando continuó yendo a ver ensayos para no alejarse del teatro…
Esa inevitable dedicación de los actores por su oficio nos ha fascinado siempre, y así este montaje parte, querido público, de la admiración que sentimos por las gentes de teatro que aman su trabajo.
Aunque hay que aclarar que nuestro Carsi es otro, y debemos pedir disculpas a tan gran histrión por usar su nombre —cambiando también a llano el acento agudo de su apellido valenciano, cosa que le ocurría a menudo— y servirnos de él como excusa para montar una comedia sobre el teatro en la que vamos a hablar de muchas de las situaciones que vivimos, adoramos, sufrimos y odiamos en nuestro día a día.
Y como nos preocupa el presente hemos contado para pergeñar este espectáculo con nuestra experiencia —partiendo de algunas situaciones peculiares que hemos vivido y otras que nos han contado— y de algunos lugares comunes que nos suenan —a veces demasiado— a todos los que practicamos este arte. También somos adictos —aunque pertenezcamos a esta profesión patológicamente desmemoriada— al pasado, y como las cosas no cambian apenas hemos podido saquear y re-interpretar recuerdos de gentes de teatro de diferentes épocas y lugares La peripecia que contamos en Carsi está trufada de estas y otras muchas referencias que rodean a esta compañía de cómicos clásicos.
Porque nosotros, con los años, nos dimos cuenta de que, además de tener fama de ser una compañía ciertamente disoluta, nos habíamos especializado en hacer teatro clásico —uno nunca sabe si es un buen camino o una jaula de oro— y aunque hemos hecho de todo —no siempre bien, seguramente— ahora somos una parte destacada de ese pequeño mundo. ¡Éramos del clásico!
Y como tendemos a relativizar y a sujetar esa tendencia, tan del teatro, de darnos importancia de manera onanista, pensamos que debíamos encontrar pronto una oportunidad para reírnos de nosotros mismos y de nuestro “pedigrí” clásico, y Carsi ha sido nuestra manera de disfrutar haciéndolo. Así que hoy les ofrecemos esta comedia, que como siempre hemos tratado de hacer nuestra —que lo es— para que, de alguna manera, sea también algo de ustedes.
Carsi fue uno de los grandes secundarios del teatro español. Trabajó a caballo entre el siglo XIX y el XX. Fue testigo de cambios extraordinarios en la escena de su tiempo. Contempló el ascenso y la caída de dramaturgos petulantes, de grandes plumas que parecían inagotables y de escritores prolíficos que lograron numerosos éxitos. Tuvo a su lado a inmensas figuras que marcaron época y se convirtieron en leyenda, recién llegados que llegaron a ser indiscutibles y sobre todo gentes del oficio, de las que componen el grueso de la profesión y cuyos nombres desaparecieron en el océano del devenir teatral.
En sus mas de setenta años de profesión se ganó un discreto lugar en el parnaso de su tiempo y fue afortunado; disfrutó de una vejez dentro del propio oficio, acogido y respetado por los que en aquel momento gozaban del aplauso del público. Esos cómicos que seguramente se iniciaron en las tablas a su lado tuvieron la decencia de arropar sus últimas intervenciones, de darle un sentido a sus últimos años de profesión con papeles discretos de carácter anciano.
Su figura fue el punto de partida para esta comedia que reflexiona sobre el teatro como un arte en continua transformación. Sobre la fugacidad de todo lo que rodea al escenario y la frustración que genera no asumirlo. Y finalmente sobre la ambición y esa sensación de nacer cada día que Talía nos dejó como herencia y que es la peor y la mejor parte del oficio.
Cinco actores preparan un montaje para salir del difícil momento profesional que viven. Tienen una obra estupenda; una obra clásica de éxito innegable, pero necesitan una cabeza de cartel. Carsi, el anciano actor, es el único que puede servir como estimulo comercial al proyecto. Todos han conocido a Carsi en algún momento de sus carreras y contar con él no es una idea atractiva pero no hay más opciones. Tras hacer la propuesta a Carsi, su contratación les conduce a un callejón sin salida. Esto les lleva a tomar una decisión radical: obligarle a memorizar, ensayar y estrenar. Todo parece ir bien hasta que las fuerzas de Carsi comienzan a flaquear. Entonces deciden medicar al veterano actor por su cuenta y comienzan a tener problemas que van desde la aceleración a las alucinaciones. Finalmente el actor revienta, muere, se deshacen del cadáver y los “compañeros” ensalzan al fallecido. Paradójicamente la función sobre los hechos les proporciona los ingresos que el proyecto original les había negado.