HAN DICHO...

"CARSI": UNA ODA AL TEATRO VOCACIONAL

 

Eduardo Vasco rescata la figura de Felipe Carsi, un actor secundario que formó parte de la compañía de María Guerrero, para construir un espectáculo que a su vez es un homenaje al teatro de la vieja escuela. Repleto de comicidad y música y con el sello de calidad de Noviembre Teatro, gustó a los espectadores de Itálica por el oficio de sus actores.


Benito Pérez Galdós, Jacinto Benavente, Valle-Inclán, los Hermanos Álvarez Quintero o Pedro Muñoz Seca son algunos de los autores interpretados por Felipe Carsí (Valencia, 1843) entre finales del siglo XIX y las primeras décadas del XX. Especialista en papeles cómicos y considerado uno de los grandes secundarios del teatro español, su primer reto fue eliminar la tilde de su apellido y convertirse en Carsi, demostrando así que iba a por todas en la profesión ya desde su juventud. Sin embargo, el valenciano no lo tuvo fácil, y en una España plagada de desigualdades y poca estima por la cultura —nada nuevo bajo el sol— hubo de batirse el cobre hasta convertirse en un intérprete «de clase media» y de este modo poder acceder a la compañía de su vida, aquella regentada por la célebre actriz María Guerrero y su marido Fernando Díaz de Mendoza, que le darían la estabilidad que buscaba. Junto a ellos, Carsi recorrería numerosos escenarios de España e Hispanoamérica, recibiendo miles de aplausos por sus papeles de «gracioso» y retirándose a una pensión cuando las fuerzas comenzaron a menguar. Fallecido en Madrid a la edad de 93 años, su nombre no destacó en los carteles ni figuró en las listas de premios, al menos hasta el siglo XXI, cuando un enamorado del teatro como es Eduardo Vasco, decidió escribir una obra en torno a él.
Así comienza la historia de Carsi, uno de los más recientes proyectos de Noviembre Teatro, que más allá de tomar la figura del actor levantino como base para su argumento, es un homenaje a la profesión con mayúsculas. Estrenado en el Teatro de la Abadía el pasado mes de febrero, y repleto de ingredientes que le permiten conectar con el espectador prácticamente desde el inicio, Carsi es un montaje que aglutina todas las virtudes de Vasco —sin lugar a dudas uno de nuestros mejores directores de escena—, sobresaliendo su gusto por los textos clásicos y su amor por la carpintería teatral, aquella que huye de lujos y aparatos escénicos y se centra en el discurso y la emoción. Asimismo, el espectáculo, que sedujo a los espectadores del Festival Anfitrión de las Artes Escénicas en la sede de Itálica por su excelente combinación de gags, música y diálogos brillantes, es una reflexión sobre lo efímero del teatro, algo que nace y muere en cada función, y de lo que únicamente queda el recuerdo. Y es que el Carsi de Noviembre Teatro no es el actor que sedujo a Guerrero y Mendoza en los estertores del siglo XIX, sino un personaje que reúne en sí mismo las características de otros actores históricos —desde Ricardo Calvo a Francisco Morano pasando por Carlos Latorre o Antonio Vico—, que gracias al libreto de Eduardo Vasco vuelven a cobrar vida de un modo entrañable. Solo por esa noble intención, poética y a la vez trágica, merece la pena disfrutarlo.

Antonio puente Mayor

El correo de Andalucía

07/08/2021

CRÍTICA TEATRAL DE CARSI

 

Felipe Carsi (Valencia, 1843-Madrid-1933) fue un actor teatral que desarrolló una larga carrera en los escenarios españoles de la segunda mitad del siglo XIX y principios del XX. En palabras de Eduardo Vasco, autor y director de la obra, “fue uno de los grandes secundarios del teatro español. […] En sus más de setenta años de profesión se ganó un discreto lugar en el parnaso de su tiempo y fue afortunado; disfrutó de una vejez dentro del propio oficio, acogido y respetado por los que en aquel momento gozaban del aplauso del público. Esos cómicos que seguramente se iniciaron en las tablas a su lado tuvieron la decencia de arropar sus últimas intervenciones, de darle un sentido a sus últimos años de profesión con papeles discretos de carácter anciano” [Del programa de mano].

            Sobre este actor hoy olvidado para todos los que no tengan su asombrosa erudición, Eduardo Vasco ha creado un divertimento que es a la vez un emotivo homenaje a toda una generación de actores hoy desaparecida. El Carsi de Eduardo Vasco reúne en su persona todas las manías, las excentricidades, las escandalosas limitaciones de un teatro jerárquico, rutinario, a menudo hueco. Pero también la entrega sin límites, la pasión teatral, la extraordinaria capacidad para crear personajes, para ganarse al público y dominar el escenario de una forma que inevitablemente se ha perdido.

            El arte del actor es el más efímero de todos. Al final, las Fallas se queman en la noche de San José, pero han tenido sus días de exposición para que el público las vea en calles y plazas. El trabajo del cómico se pierde en el momento en que baja el telón y el público abandona la sala. Por eso la memoria de los actores vive en las anécdotas. Desde la utilización por parte de Polos de las cenizas de su hijo que nos transmitió Aulo Gelio hasta el pinganillo con el que José Bódalo escuchaba los partidos del Real Madrid mientras interpretaba a Ibsen, el anecdotario de los actores ha conformado la memoria de su arte. Eduardo Vasco nos deleita con una gran cantidad de anécdotas en su obra, en la que Carsi se convierte en protagonista de muchas de ellas. Anécdotas a veces crueles, sórdidas, pero siempre hilarantes.

            Todo ello llevado con desbordante alegría por los cinco actores que conforman la compañía de teatro clásico dejada al margen por novedosas corrientes performativas y que tratan de recuperar su lugar en las tablas con una obra de Calderón incorporando a la vieja gloria, a Carsi, a su desmedrado elenco. Mariano Llorente, José Ramón Iglesias, Rafael Ortiz, Antonio de Cos y Elena Rayos bordan sus papeles, tocan instrumentos, cantan, bailan, se convierten en esos monstruos de la escena a los que se homenajea en Carsi. La dirección de Eduardo Vasco, que se mueve con toda soltura en su propio texto, es aquí tan rica y llena de matices como suele serlo.

Una gozada para los amantes del teatro.

 

Fernando Doménech Rico

teatrero.com

12/03/2021

CARSI

 

Carsi es un hombre y una imagen. Carsi es un actor concreto y muchos más innombrados. Carsi es un tipo real y retazos de mil otros que existieron o pudieron haber sido. El nuevo trabajo de Eduardo Vasco y Noviembre Teatro, esa marca que es ya un clásico, va de eso, de clásicos. Porque los actores que eran Carsi, como comienzan cantándonos, son aquellos que solo hacían “Lope, Tirso y Calderón”. Que lo demás, cómo dijo aquel otro, son zarandajas. Carsi es un homenaje a aquellos tipos que se aprendían mil versos de un día para otro y doblaban funciones sin preguntar por horas extras. Carsi es, por ir al símil más obvio, El viaje a ninguna parte de Vasco. Una función entrañable que documenta una especie en peligro de extinción. Pero también un trabajo muy divertido, con el que pasar un buen rato. Un musical de bolsillo con tres instrumentos: guitarra, talento y tablas.  

En esta instantánea sobre el oficio del actor, pero no del actor de cine o de televisión, del célebre, sino del que construye una vida sobre el escenario y llega a ser, en algunos casos, una leyenda -a veces arruinados y olvidados en la vejez, pero leyenda-, en otros un eterno secundario, Vasco ha mezclado el nombre real de Carsi –Felipe Carsí– con vivencias e historias oídas y conocidas de aquí y allá y de épocas diferentes. Es así atemporal: igual se habla de forma explícita de algún grande de los años 60 y 70 que se atribuye a un Carsi fuera de época los hechos de otro, haciendo las delicias de los conocedores del anecdotario teatral. Antonio Vico, Pepe Rubio, José Bódalo, Rivas Cherif, Enrique Chicote, Pierre Fresnay… La mirada de Vasco cruza épocas engarzada por aquello que unió a todos aquellos hombres: una entrega total al teatro.

Tres cosas -hay más, pero resumiré para no extenderme- aportan un especial valor a esta deliciosa comedia con regusto melancólico.

La primera es que, pese a ser un evidente homenaje a aquella raza de actores, Vasco no es complaciente: el Carsi de ficción acumula todos los defectos imaginables de aquellos hombres, muchos de ellos producto de su época, que hoy vemos a la luz de nuevos tiempos, críticos y revisionistas, en algunos casos para bien (en otros, no tanto). Ahí están el actor-director opresivo y tirano con su compañía; el veterano encumbrado que demandaba mil y un privilegios; el decadente que, en sus últimos brillos, se había vuelto vago y exigía pinganillo no porque no pudiese recordar el texto, sino porque no quería hacer el esfuerzo de estudiarlo; el primer actor capaz de jugársela a un debutante porque no le gusta como su personaje se dirige a él en una escena…  Y, claro, está el tema de los abusos a las actrices: esos tipos de antes con manos largas para los que las bambalinas eran su feudo. Sin duda los tiempos cambian: no hace ni dos días saltaba otro escándalo a cuenta de un conocido director teatral y sus supuestos abusos a sus alumnas. Carsi no pasa nada de esto por alto. Todo es juzgado. Pero al final, la obra se queda con el resultado. Algunos de aquellos tipos, nos dice, por más miserables o defectuosos en lo moral, que pudiesen ser, entregaban noches memorables que son ya historia del teatro.

La segunda virtud de Carsi es que tiene un cierto colmillo retorcido: Vasco y su troupe lanzan más de un zasca, que se dice ahora, a esta época de zascas y youtoubers. Tiene aquí y allá recaditos para los teatreros cuya modernidad consiste en poner un micrófono, hacerse cortes o rebozarse en líquidos y animales (aquí con nombre y apellido, uno corriente, García). También para una generación de actores que hablan sin proyectar, sin pronunciar, sin hacerse entender, con una intensidad amoldadada a la cámara de televisión pero que sobre la escena se convierte en la nada. Una hornada de nuevos directores y productores que en las audiciones no quiere ya a actores de teatro, porque pronuncian demasiado limpio y de intérpretes que entre cajas no obervan y aprenden de lo que hacen sus compañeros porque están subiendo fotos a Instagram. Vasco y los suyos lo rapean y el propio mecanismo es mofa de un tiempo y añoranza de otro. Es divertido. A la vez es peligroso: el director deja fuera de su teatro a una generación a la que conviene enamorar y, en la medida de lo posible comprender (aunque a veces, cuesta y otras es directamente imposible). Tampoco a aquellos Vicos y Carsis les habría parecido de recibo la generación que reinterpretaba a los clásicos y hacía musicales con ellos.

La tercera virtud es resumen y conclusión: Carsi es teatro hecho con cariño por un equipo de primera. No me detendré demasiado en el bello trabajo de figurines de Lorenzo Caprile, de una elegancia pobre y viajera aderezada con sombreros y gorgueras, en la siempre acertada iluminación de Miguel Ángel Camacho o en la sencilla pero juguetona escenografía de Carolina García. Sí quiero cerrar, aunque acaso debería haber empezado por ellos, por una compañía de actores que parecen querer ser ellos mismos Carsis, un cuarteto masculino, que Elena Rayos convierte en quinteto, cinco presencias con talento y tablas llamadas también Mariano Llorente, José Ramón Iglesias, Rafael Ortiz y Antonio Decós. Bien por todos: es el suyo un trabajo coral y musical, con soltura y agilidad, teatral, sin realismos de tono plano, con conocimiento del lenguaje del gesto y del lugar que cada cuál ha de tener en cada escena, en cada anécdota, en cada pie.

Quizá sea un viaje a ninguna parte, efectivamente, más hoy que en los tiempos en que estrenó Fernán Gómez. Dicho de otra forma: mucho me temo que si Carsi es una batalla -cosa que ignoro-, está perdida hace ya tiempo. Pero a veces es justo eso, no ir a ninguna parte, viajar por el placer de viajar, lo mejor que se puede hacer con una tarde de teatro.

Miguel Ayanz

volodia.es

20/02/2021

"CARSI" DE EDUARDO VASCO

 

Viajar a ninguna parte supone viajar a todas partes y eso cuenta “Carsi” el viaje a todas partes de una cuadrilla de cómicos de la legua que, por esas circunstancias del destino, han ido a parar al siglo XXI.

Eduardo Vasco sabe muy bien de lo que habla : su espléndida carrera no le ha hecho estar ciego, ni ajeno,  al día a día de la profesión, a los sabores y a los sinsabores, a las glorias y a las miserias, a las comidas a la carta y al menú del día . 

Así, ha reunido todo su amor y su humor para – acribillado de una sutil tristeza – contar anécdotas  de la vida entre bambalinas de una troupe  de actores de raza que sueñan con el gran texto olvidado y la audición perfecta, que rememoran sus comienzos y lamentan sus finales, que cabalgan hipogrifos y desdeñan los caballos,  que sueñan la vida porque la vida, ellos lo saben de sobra, es sueño.

El legendario cómico Felipe Carsi y su no menos legendaria  sirve de catalizador  para que – ceñidos por un cuello de lechuguilla que hace las veces de collar y de argolla –   Mariano Llorente, José Ramón Iglesias,  Elena Rayos,  Rafael Ortiz y Antonio de Cos abandonen toda pompa y abracen toda circunstancia para contar y contar, cantar y bailar, salar y pimentar, todas las fortunas y maldiciones de la vidas que resplandecen , entre verso y verso,  sobre las inciertas tablas de un escenario. 

 

Luis de Luis

Aquí Madrid

15/02/2021

TEATRO: CARSI. TEATRO ABADÍA.


El teatro visto de puertas para adentro. Eso es lo que nos plantea esta obra que gira en torno a la figura de este peculiar actor llamado Carsi, que es más que nada una excusa para hablar de la profesión del actor y de los entresijos de una compañía teatral. Porque nada es lo que parece, no todo es tan bonito como aparece en escena, no suelen llenar la vida de aplausos fuera de la escena, más bien de duros golpes por los kilómetros hechos en las giras, por las audiciones fallidas, por la constante búsqueda de un nuevo proyecto que sacar adelante. Y todo esto intentando que las cuentas salgan, que el teatro sea una forma de ganarse la vida, no un simple entretenimiento con el que pasar el rato. Esta última pata, parece la más complicada de cuadrar, en un mundillo en el que todo es innovación y vanguardia, pero que demasiadas veces no se valora el trabajo de los actores.
Hacen falta sólo unos acordes iniciales para que nos hagamos una idea de lo que nos espera. Comedia de altos vuelos, sarcasmo, crítica a la situación de la profesión, amor incondicional a una vocación que se convierte en modo de vida. Eduardo Vasco, autor y director de la obra, afirma que "Carsi pretende ser un divertido grito a favor del tiempo y del susurro, y en contra de la velocidad, del fuego de artificio, de la devaluación de la palabra y del grito". Un montaje que pone en valor la artesanía de la profesión, el cuidado por el texto y la palabra, el respeto (casi devoción) por los clásicos, el compromiso por una forma de hacer las cosas, alejados del grito y la polémica, cocinando a fuego lento el susurro de la palabra bien vocalizada.
Noviembre Teatro nos presenta esta divertida obra en torno al mundo del teatro, de las compañías y de los actores, de sus penurias y sus sueños, de sus calamidades y sus peculiaridades. Una historia que podría ser la suya, la de la lucha constante de los actores por sobrevivir en el siempre precario mundo del teatro. El montaje indaga en las entrañas del propio mundo del teatro, en los entresijos de una compañía que intenta conseguir vivir del teatro y fiel a sus principios, aunque por momentos deban vender su alma al diablo. Un tierno relato de homenaje al propio teatro, a la profesión del actor, a todo aquello que no vemos los espectadores una vez que se baja el telón. 
Decimos que la obra podría ser un fiel reflejo de la vida de la compañía, ya que ellos mismos cuentan que "como compañía, decidimos impulsar la realización de un proyecto ocurre algo similar: repasamos lo hecho hasta el momento, miramos alrededor, tomamos el pulso a nuestra vitalidad y decidimos. De esta forma, nos gusta trabajar en dos vías bien diferenciadas: una que parte del repertorio clásico universal y otra en torno a la dramaturgia contemporánea", un fiel reflejo de como trabajan, con muchas similitudes con la peculiar compañía de la obra.
Eduardo Vasco nos plantea una historia conmovedora, divertida y muy singular. "En este caso vamos a hacer comedia, y a partir de varias cosas a la vez: un texto escrito, un archivo sonoro y gráfico excepcional de nuestro pasado escénico, narraciones y nuestra necesidad de reflexionar sobre el oficio y nuestra circunstancia; sobre el deseo de cambio y sobre el terror ante ese mismo cambio continuo. Sobre lo maravilloso que es dedicarse". Y podemos dejar constancia de que han conseguido, de una manera alegre y vigorosa, transmitir ese amor por lo que hacen, ese sufrimiento por sacar un proyecto adelante, esa necesidad imperiosa por crear una obra, por actuar, por subirse a un escenario.
La dirección del propio Vasco (con Daniel Santos como ayudante de dirección) alterna escenas de teatro al uso con momentos de ruptura de la cuarta pared, en la que a modo de narradores, los personajes nos cuentan ciertos pasajes de la historia. Con un ritmo muy teatral en las escenas que cuentan el devenir de la compañía, el humor se entrelaza con la crítica más ácida hacia la propia profesión del actor. "Unos personajes que entran y salen de la ficción, y que se enfrentan entre ellos para tratar de salvar su propia dignidad". Todo este ir y venir entre realidad y ficción lo mezcla el director de una manera brillante, casi solapando ambos escenarios, manteniéndonos en todo momento en un limbo, en la delgada línea que separa ambas realidades, ese extraño lugar en el que se ubica el teatro.
El autor parte de la figura de Felipe Carsi como punto de partida para la historia, que gira en torno a este actor que trabajó durante casi setenta años, mayormente como secundario. Perteneciente a la llamada "clase media del teatro" llegó a tener cierta notoriedad ya en su madurez, cuando entró a formar parte de la compañía de María Guerrero y Fernando Díaz de Mendoza. Fue un actor que trabajó mucho, pero que nunca fue considerado como una estrella de las tablas. Uno más de esos currantes de la profesión que se dejan la piel para entrar a formar parte del elenco de las obras, nunca en sus papeles protagonistas. Con la imagen de este actor olvidado como referente, Vasco nos habla de la profesión desde el punto de vista de una pequeña compañía que busca en esta "vieja gloria" su posible tabla de salvación para su nuevo proyecto. La figura de Carsi sirve de ejemplo para hablarnos del mundo del teatro y reflexionar "sobre el teatro como un arte en continua transformación. Sobre la fugacidad de todo lo que rodea al escenario y la frustración que genera no asumirlo". Pero la obra también nos habla de "la ambición y de la sensación de nacer cada día que Talía nos dejó como herencia y que es la peor y la mejor parte del oficio".
Es imposible que al ver la obra no se nos venga a la cabeza "El viaje a ninguna parte" de Fernando Fernán-Gómez (al que hacen referencia incluso en la propia obra) por ese modo de indagar en las penurias de la profesión, esa necesidad de mostrar lo que pasa cuando se baja el telón. En este caso nos encontramos ante cinco actores que se encuentran perdidos, porque su formación en teatro clásico parece no encajar dentro de lo que se busca en los castings de hoy en día. Pero el descubrimiento de una obra clásica desconocida puede cambiar su destino para siempre. Pero para que el montaje funcione, necesitan un actor de renombre que haga brillar con grandes focos su trabajo. Un cabeza de cartel que haga despuntar la obra. Ahí es donde entra en juego la figura de Carsi, un actor que sigue en activo pese a su edad y que encaja perfectamente para el personaje que andan buscando. La historia transcurre entre las anécdotas que todos ellos han tenido con Carsi y el proceso para que se involucre en el montaje.
Esta vigorosa y extravagante compañía en busca de su obra perfecta la forman Mariano (Mariano Llorente), Juchín (José Ramón Iglesias), Elena (Elena Rayos), Rafa (Rafael Ortiz) y Decós (Antonio de Cos). Todos ellos han conocido, con mayor o menor intensidad, al gran Carsi, y por ello no las tienen todas consigo a la hora de tener que intentar que se incorpore al elenco. Las anécdotas con las que se va salpicando la historia tiene momentos de gran comedia. El primer encuentro entre un joven Luchín, recién llegado de Asturias, y el egocéntrico Carsi (a quien da vida Mariano Llorente, doblando personaje con gran brillantez y naturalidad en el proceso de transición entre ambos), se convierte en un duelo desternillante, en el que ambos exageran someramente su papel para regalarnos una divertida caricatura de lo que podría haber sido cualquier encuentro entre un actor consagrado y un inexperto actor dando sus primeros pasos.
Otro de los momentos que más nos divirtió fue la llegada de la filóloga con el manuscrito de la obra que relanzará a la compañía. Elena Rayos ("Reikiavik", "Himmelweg", "Penal de Ocaña")está genial en su papel de obsesiva estudiosa del teatro clásico, con un monólogo, con pequeñas "interrupciones de los ansiosos actores", en el que despliega todo su talento y una gran vis cómica. El trabajo del elenco en general es muy convincente, con cada uno de los actores con registros muy diversos. José Ramón Iglesias ("El castigo sin venganza", "La respiración", "El club") es adrenalina pura, un torbellino que con sus gestos y excentricidades se mete en el bolsillo al público. Junto a Rayos protagoniza un rap de lo más surrealista. 
Mariano Llorente ("En la orilla", "Tres sombreros de copa", "El triángulo azul") es la mesura en su papel de actor, mezclado con la extravagancia y prepotencia que imprime a Carsi. Rafael Ortiz ("Ricardo III", "El caballero de Olmedo", "La crisis de la esperanza" ) hace las veces de narrador y con su tono mesurado es el que tercia en los conflictos de la compañía. Por último Antonio de Cos ("Entre bobos anda el juego", "Mejor historia que la nuestra", "Obscenum"), con menor peso en la dramaturgia, es el encargado de la parte musical, dejándonos bellos momentos a la guitarra.
Con una espacio escénico casi vacío, son los elementos de atrezo los que van creando los distintos lugares por los que transcurre la historia. El trabajo de Carolina González ha sido meticuloso, distribuyendo los diferentes elementos de forma perimetral al escenario, para que sean los propios actores los que monten cada escena. Primordial la iluminación de Miguel Ángel Camacho (el técnico de iluminación es FOCOPS), en un montaje que varía tanto de tonalidades y que requiere un afinado trabajo para dar con la tecla de la textura necesaria para cada momento. Por último queremos destacar el diseño de vestuario de Lorenzo Caprile, capaz de mezclar lo extravagante de ciertos trajes con la sobriedad del tono general.
Carsi es, en definitiva, una ingeniosa y divertida comedia en la que navegamos por las entrañas del mundo del teatro. Una historia que salta en el tiempo, que pone todo patas arriba, que nos traslada del Teatro de la Comedia a las frías estaciones de tren, para que tengamos una visión global de lo que es la profesión del actor. Un punto de vista crítico, que desde distintos enfoques nos da un collage bastante acertado de todo lo que ocurre entre bambalinas. Si queréis pasar un buen rato y conocer más sobre el mundo de las tablas, esta es vuestra función. VOLVAMOS AL TEATRO. LA CULTURA ES SEGURA.

 

Fernando Muñoz Jaén

vistateatral.com

13/02/2021

"LOPE, TIRSO Y CALDERÓN"

 

Noviembre Compañía de Teatro llega a la sala Juan de la Cruz del Teatro de la Abadía de Madrid con Carsi, una propuesta fresca y sugerente que suma al gusto por lo clásico un catálogo de digresiones sin pudor ni vergüenza, haciéndonos reír y disfrutar.

En el primer minuto de función se menciona a los tres genios del barroco que titulan este artículo, los cinco actores se quitan las lechuguillas que lucen en sus cuellos mientras cantan al ritmo de una guitarra española que a ojos cerrados podría ser la de un tuno, una chirigota de Cádiz o un rumbero con ganas de juerga. Queda claro el tono de lo que está por venir.

La ficción de la producción de una obra de Calderón que una investigadora ha descubierto por azar en la Biblioteca Nacional y el gancho comercial de Carsi, un actor basado en quien así se llamara hace un siglo y quien no concebía su vida si no era sobre un escenario. Un tótem que ejerce como punto gravitatorio de un juego meta teatral escrito por Eduardo Vasco, en el que se escenifica la representación, se bocetan los procesos de producción y se representan los momentos que anteceden o suceden a la subida y bajada del telón.

Esos en que la realidad de una compañía es la de la convivencia fuera de los focos, en el andén de una estación de ferrocarril yendo de ciudad en ciudad y con la amenaza de que se acaban los ingresos por el fin de la gira. En los que se superponen los rasgos de los personajes con la personalidad de sus intérpretes, generando egos sordos entre los ya consolidados e inseguridades infinitas en los que pisan por primera vez las tablas. Microcosmos muy bien sugeridos por la exquisita sencillez de la escenografía y el atrezo de Carolina González, el vestuario de Lorenzo Caprile y la iluminación de Miguel Ángel Camacho.

Entre citas a Shakespeare y Cervantes, a Hamlet y a Numancia, y evocaciones a Stanislavski, Carsi es teatro de verdad, dramaturgia con hondura, que quiere llegar profundo, ensimismando con el lenguaje y los recovecos, matices y proyección de su oralidad. Pero teatro vivo, que no se queda anclado en lo lingüístico, sino que busca lo físico, el dinamismo del movimiento y de los cambios de registro y de ritmo. El resultado que logra la también dirección de Eduardo Vasco es la de una vivencia que se consolida enseguida por la complicidad entre el público y los cinco actores gracias a la entrega de estos con cada uno de los personajes que interpretan y las situaciones rocambolescas a las que dan par.

Juntos son una unidad, pero cada uno de ellos por separado aporta algo que individualizándole, le hace complementario a los demás. Mariano Llorente la solemnidad tanto cuanto toca un registro tranquilo como histriónico. José Ramón Iglesias el nervio de la desvergüenza y el despropósito, sus momentos como bailarín son histeria total. Elena Rayos el brillo y la chispa que hipnotizan al espectador. Rafael Ortiz la presencia y la frescura que da unión a las transgresiones. Y Antonio de Cos el desparpajo con el que se mantiene un humor constante y de buen gusto.

En estos tiempos donde se intenta epatar y se busca el comentario grandilocuente, se agradece una propuesta tan inteligente y trabajada, a la vez que centrada en agradar y estimular. Hasta el 28 de febrero. No lo duden. Vayan.

Lucas Ferrera

enplatea.com

12/02/2021

Distribución

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613 37 25 75
 

 

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